Capítulo 12: La popu del cole

He de confesar que yo nunca he sido de las populares del cole. Supongo que se debe a que en mi época de primaria Star Wars, Indiana Jones o el Agente 007 no te llevaban al estrellato social, aunque no entiendo por qué.

El caso es que unos diez años más tarde, aquí vengo a contar cómo hace unos días me convertí, por unos momentos, en el centro de atención del patio.Y no, no fue por mis amplios conocimientos en los duelos de espadas láser, ni por saberme fotograma a fotograma  Indiana Jones y el templo maldito, fue algo mucho más sencillo: era la novedad.

Tras una serie de estudios antropológicos, he llegado a la conclusión de que no hay cosa que acapare más la atención de un grupo de niños, adultos o bien un pueblo entero, que aquello que se presenta como nuevo ante sus ojos. Y eso era yo el pasado jueves: la chica a la que nadie conocía.

Pero empecemos por el principio. Iba yo feliz cual perdiz caminando por las, ligeramente, frescas calles de la capital Alemana. Me dirigía al colegio de los niños para recoger al pequeño y llevarlo junto con su hermano, que estaba en una cafetería cercana celebrando una especie de fiesta navideña con sus colegas. El caso es que cuando llegué, el muchacho estaba jugando en el patio y como aupair enrollada que soy, me hice a un lado y esperé a que terminase aquel  apasionante encuentro futbolístico. Desgraciadamente, el rival tuvo que marcharse a los pocos minutos y, como aupair enrollada que seguía siendo, decidí que sería un buen momento para demostrar mis dotes como deportista.

Las normas de aquel partido eran algo peculiares. Por ejemplo, mi contrincante podía coger el balón con sus manos cuando quería y si a él le parecía oportuno, podía declarar penalty aunque ni siquiera le hubiese soplado. Pero son los gajes del oficio y las consecuencias de apuntarte a un partido contra una criatura de 6 años. Pero lo interesante vino cuando empezó a haber afición. Al principio no eran más que un par de amigos a los que se ve les parecíamos algo digno de observar.
Pasaron unos minutos hasta que la dueña de la pelota con la que disputábamos aquella especie de final de champions apareció para llevársela. Mas mi querido compañero no tenía muchas ganas de marcharse, con lo que decició que era el momento perfecto para jugar a una especie de pilla-pilla en el que solo me la paraba yo. Esto resultó de lo más gracioso para nuestros dos espectadores que, al poco tiempo, se acercaron para preguntar si podían jugar.
A partir de aquí los hechos dejaron de seguir una línea racional. De pronto, no se cómo, dejamos el tula y pasamos al interrogando a la aupair.

Mi chavalín, muy orgulloso, les contó a nuestros nuevos amigos que yo "tenía 20 años, hablaba español, inglés y alemán y por las noches hacíamos luchas de almohadas con su hermano". Recalcó mucho lo de los 20 años ya que había que ser muy valiente para enfrentarse a alguien tan mayor en una pelea. La cosa empezó a irse de madre cuando a estos dos, se les unieron otros siete, entre los que se encontraba el Rey de los Cotillas, que pasó a hacerme un cuestionario al que solo le faltaba la sala de interrogatorios.

"Sois hermanos? Porque os parecéis". "Ah, eres su niñera, Y cobras por ello? Cuánto?". "Tienes 20 años? No lo parece, yo te echaba 18".

Y así una retahíla de preguntas que mantuvieron a mi interrogador y al resto de espectadores (cuyo número era cada vez mayor) entretenidos durante lo que para mi fue una eternidad. La imagen era la siguiente:
Yo contra la pared y mi niño al lado repitiendo una y otra vez mi edad y mis conocimientos lingüísticos, enfrente un semi-círculo de unos 15 chavales de entre los 9 y 11 años espectantes a saber más y más de mi y a lo lejos, las cuidadoras del patio, que miraban de lo más entretenidas.

Por suerte, antes de que empezasen a preguntarme por mi grupo sanguíneo, mi número de cuenta o si pensaba casarme por la iglesia o lo civil, la madre me llamó para preguntar si íbamos a la cafetería o nos había tragado la tierra. Así que con quizá más alegría de lo normal, cogí a mi colega a corderetas y márchamos más rápido que Flash.

He de admitir que me fui muy contenta viendo lo orgulloso que hablaba el muchacho sobre mi persona, pero supongo que una popular se nace, no se hace y claramente yo carezco de este gen. Mas no creáis que me importa, pues soy de lo más feliz rodeada de mis libros, pelis, anillo único y naves espaciales. To be continued...

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Capítulo 11: El convenio de las llaves de casa (segunda parte)

Aquí llega la segunda parte de mi "día especial". Si no recordáis qué había pasado o no habéis llegado a leer la primera entrega, aquí os dejo el link al Capítulo 10. Una vez dicho esto, volvamos a nuestra historia:

Estába en Alexander Platz, recién acababa de comer y me disponía a efectuar mis mil y un transbordos para llegar a Kreuzberg, el barrio turco de la ciudad. Pasaré por alto el largo trayecto hasta llegar allí, en el que me dediqué a leer mientras estaba en el u-bahn y observar el panorama que, conforme me acercaba, pasaba de tiendas con marcas multinacionales y demás, a pequeños comercios, fruterías, döner kebabs y, sobre todo, edificios que cada vez eran más parecidos los unos a los otros. Esto último se debe a que la zona este era la zona comunista, y estos señores no abogaban por construcciones maravillosas de lo más rococó, sino por las viviendas que parecían sacadas de una cadena de montaje; pero que no os engañe, merece la pena visitarla.
Tras unas cuantas paradas de tren y autobús, al fin llegué a la mía: Warschauer Straße. Era la tercera vez en mi vida que bajada en esta parada, la tercera vez que bajaba esa cuesta, la tercera vez que llegaba a ese cruce y la tercera vez que me encontraba al otro lado de la calle; a mi derecha casi kilómetro y medio de muro, en el que hoy podemos admirar alrededor de 100 murales que, artistas de todo el mundo, nos dejaron como símbolo de libertad, euforia y todo lo que la caída de este supuso. Entre estas obras, encontramos la famosa imagen de Leonid Brézhnev y Erich Honecker besándose o un homenaje a la película "The Wall".
Pero hoy no iba a ir en esa dirección, el lugar donde quería llegar estaba frente a mi. Con el puente de Oberbaum a mi izquierda- una preciosa edificación que fue frontera de las dos Alemanias, compuesta por dos torres y un ladrillo rojizo muy característico de la ciudad- seguí unos metros hasta que me encontré con la señal que marcaba mi linea de meta.


Paseé por sus calles llenas de pequeños restaurantes y cafeterías, me paré en cada uno de los inmensos grafittis que encontré adornando fachadas y observé la gente de todo tipo que paseaba por la calle. Es lo bueno que tiene este barrio, es la definición de alternativo; el encanto de Kreuzberg reside en la vida que fluye dentro de este, lo variopinto de sus rincones y personas, es como una bocanada de libertad (y olor a kebab).
Pasado un rato, decidí meterme en una bar-cafetería: Sofía Café. ¿Por qué ahí? Porque era capaz de pronunciar el nombre y parecía un sitio acogedor. Mesas bajas de madera con sillas a juego, las paredes decoradas con imágenes en relieve de lo que me parecieron montañas o algo por el estilo, una luz tenue que le daba al garito la imagen perfecta para escribir una obra contemporánea y un café horrorosamente malo. No se como definirlo si no es con las palabras agua-sucia-calentorra, no había quién lo mejorase por mucho azúcar o leche que le echase. Pero como dicen, todo no se puede tener en esta vida, así que me dediqué a disfrutar del ambiente de lugar. Había un par de parejas, además de la camarera y una de ellas me daba la impresión de estar hablando español.
No me preguntéis por qué, pero ahora que estoy fuera, cada vez que escucho una palabra conocida, tengo la necesidad de poner la oreja, aunque estén hablando de que le gusta andar en caballo o, en el caso de estos dos (y fue la frase con la que me aseguré de que hablaban mi idioma) digan "pues ahí nos lo encontramos, durmiendo en calzoncillos en el suelo, con un plátano a medio comer en la mano". Y así quedó el misterio, no llegué a saber qué lleva a una persona a tal situación, aunque creo que ni ellos mismos llegaron a conclusión alguna.
 El caso es que ya había terminado mi café hacía rato, eran las 5 de la tarde (por lo que ya estaba oscuro) y tenía un largo camino hasta casa, así que me coloqué mis cascos y a ritmo de Extremoduro, Love of Lesbian, I blame Coco o algo así, salí del Café Sofía con la ilusión de volver a "mi hogar, dulce y calentito hogar". El problema es que llegué más pronto de lo esperado o, justo ese día, la familia llegó más tarde de lo habitual, por lo que cuando yo ya esperaba acabar mi día trotamundos, resultó que aun me quedaba algo por andar, así que me dije: vamos a cenar.
Esto, en Berlín, por norma general, no supone un problema, pues cada metro y medio aproximadamente, puedes encontrar un restaurante/bar/kiosko o cualquier otro lugar donde comprar comida. Por lo visto, esto sucede en todas partes menos en la calle "comercial" en la que decidí bajarme yo. Elegí esta parada porque vi varios carteles de neón y supuse que si había comercios, habría donde comer. Pues bien, acabé en un supermercado de la cadena Kaiser's, comprando una chocolatina y un bol de plástico de estos que llevan frutas troceadas dentro (no me preguntéis qué frutas eran porque, en un principio, creí que una de ellas era melón hasta que al metérmela en la boca, noté un sabor ácido más parecido a los polvos pica-pica). He de decir, que a estas horas ya hacía un fresco considerable, era de noche y, lo que menos me apetecía, era cenar mientras esperaba al autobús frutitas troceadas de lo más refrescantes, pero todo sea por tener de qué escribir, ¿no?

Así que esa fue mi cena y por fin, después de toda una jornada fuera (con un final un poco forzado) llegué de nuevo a mi casa, vi la luz encendida y entré al calor del hogar; en el que me esperaban un par de criaturas deseosas de jugar. Al contrario que yo, que lo único que quería era meterme en mi cama, enrollarme con el edredón y fingir que era un bicho bola. Pero que no os engañe este final, fue un día que repetiría... Más entrado el verano. To be continued...

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Lugares top: Brandenburger Tor

Berlín está lleno de lugares simbólicos (no se puede esperar otra cosa de una ciudad en la que cada rincón tiene un hueco en la historia de la humanidad), pero sin duda uno de los más reconocidos es la Brandenburger Tor o Puerta de Brandeburgo. Vayamos el día que vayamos, sea la hora que sea, allí veremos agolpados a turistas y más turistas que, cámara en mano, quieren hacer constancia de que estuvieron en la ciudad; de hecho yo misma aun no he conseguido tener una fotografía en la que no haya o un tour de chinos(as), una familia Polaca o un tipo disfrazado de soldado detrás.
Pero no es de extrañar, porque con lo este armatoste de 26 metros de alto podría contarnos tendríamos para escribir un libro. Yo no tengo intención de hacer algo de tal envergadura, pero si os quedáis conmigo, os cuento algunas cosas de interés sobre este icono berlinés.

Primeramente, situémonos de frente a ella y veamos dónde estamos: una zona adoquinada cerrada al tráfico que se ha convertido en un lugar tanto de "peregrinación" como de reunión para los berlineses, donde tienen lugar eventos como la conmemoración de la caída del muro, la fiesta de fin de año u otras ocasiones especiales. A nuestra espalda, encontraremos al famosa Unter den Linden, una calle que también da mucho de qué hablar pero que por ahora nos limitaremos a definir como el boulevard más conocido y clásico de la metrópoli: lleno de tiendas, museos, cafeterías... Vamos, de todo un poco en dimensiones alemanas. Si volvemos a mirar a la Puerta, nos veremos en Pariser Platz o Plaza de París, otro lugar emblemático (ese es el problema, que estés donde estés, hay un lugar, o varios, imperdibles cerca y creedme, estamos hablando de una ciudad muy grande) que curiosamente recibió su nombre por cierto elemento presente en la figura que nos ocupa, así que volvamos a ella.

El monumento data del año 1778 (aunque no se terminó por completo hasta 1795) bajo el reinado de Federico Guillermo II de Prusia o Friedich Wilhem II, que por suerte no vivió lo suficiente para ver como, en 1806 tras una batalla -y una derrota- con un famoso individuo conocido como Napoleón, la Cuadriga (que por aquel momento no llevaba ni la cruz ni el águila) era llevada a París como trofeo de guerra. Esta escultura que corona la Puerta, representa la diosa Victoria montada en un carro tirado por 4 caballos en dirección a la ciudad y en sus comienzos, no quería ser otra cosa sino un símbolo de paz.
Digo yo, que hubiese sido más sencillo llevarse una postal o algo que pesase menos de una tonelada, pero por lo que se ve, por aquella época si no volvías con un souvenir más pesado que el barco en el que viajabas no eras bien recibido. 
Por suerte, un tal Ernst Von Pfuel apareció en escena para, en 1814, tomar París con las tropas prusianas y devolver tan preciado símbolo a la ciudad de Berlín.Y fue esta hazaña la que llevó a añadir el elemento prusiano conocido como la cruz de hierro a la mano de nuestra amiga Victoria, que hoy en día sigue sosteniendo.


Pasaron los años y llegó la segunda Guerra Mundial, en la cual se vio gravemente dañada. Pero aquí va algo curioso: cuando esta vio su fin, los gobiernos de Alemania Oriental y Alemania Occidental - que se dedicaban a separar la ciudad con un muro de 4 metros y poner sus cañones apuntándose respectivamente- acordaron restaurarla haciendo un esfuerzo conjunto. ¿Lo decidirían tomando un café tranquilamente?

El caso es que el tiempo siguió pasando, hasta llegar a hoy, día en el que nos encontramos frente a ella, recordando parte de lo que ha pasado por delante y entre sus arcos. Resulta increíble pensar que, estos casi 30 metros de piedra arenisca, hayan sido los únicos supervivientes de las 18 puertas de la ciudad en el siglo XVIII, hayan vivido el ascenso de Hitler al poder, el desfile de tropas nazis, la separación de una ciudad en dos durante 28 años, conciertos, eventos multitudinarios y miles de historias que no han llegado a nuestros oídos; para convertirse en un emblema tanto de la historia europea, como de la unidad y la paz.

Así que como no creo que estuviese bien visto que te encaramases a lo alto para llevar contigo la Cuadriga como hicieron en su día, no puedes irte de Berlín sin por lo menos haber visitado la Brandenburger Tor - y haberte sacado una foto con ella y todos aquellos que sin invitación, aparecerán contribuyendo a la creación de un fondo único-.




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Capítulo 10: El convenio de las llaves de casa

Nunca es un buen día para que se te olviden las llaves, pero los hay mejores y peores. Por ejemplo, un día no tan malo para tener este común despiste, sería aquel en el que sabes que habrá alguien aguardando a que tú, y tu mente olvidadiza, llaméis a la puerta de forma desesperada en busca del arca perdida. Por otro lado, un día no tan conveniente sería el que me tocó a mi, aunque aquí entramos en la parte positiva de estar donde estoy, ya que, aunque me viese ligeramente forzada a ello, fue una jornada totalmente dedicada al descubrimiento de nuevos rincones en mi querida Berlín.

La historia comienza hace un par -quizá más- de amaneceres; estaba yo en el autobús volviendo a casa tras dejar a los niños en el cole, cuando a un par de paradas para llegar a mi destino, una sensación fatal se me apareció de repente y a esta le sucedió una pregunta que sembró el pánico en mi: ¿había cogido las llaves? La respuesta estaba clara desde el principio, porque esas corazonadas que solemos tener en casos como estos (haber perdido el móvil, la cartera en la caja del súper, etc.) en rara ocasión suelen estar equivocadas. Mas ingenua de mi, rebusqué y rebusqué en mi mochila, con la esperanza de oír su alegre tintineo... Pero nada, ahí no había llave alguna y, por supuesto, nadie en casa a quien acudir, con lo que se me plantaban por delante unas diez horas de libre albedrío por la capital alemana. No estaba mal, si no fuese por el hecho de que a las ocho de la mañana (si es que llegaba) no hay gran vitalidad y alborozo llenando las calles.

Por suerte para mi, y para mucho de los hipsters que habitan nuestras tierras, siempre hay un Starbucks abierto; bien para aprovecharlo con tu imac y tus gafas de pasta o, como era mi caso, para resguardarme del frío matutino y aprovechar el wifi para planear mi día. Así que cual buena gorrona ahí me planté, con uno de esos tazones de café que parece que podrías bañarte en él y mi mapa del metro, mientras diferentes individuos con aparatos electrónico y manzanitas mordidas iban sumándose a mi alrededor.

Tras pasar un buen rato decidiendo a qué me dedicaría y haciendo tiempo para que el resto del mundo se pusiese en marcha, salí rumbo Boulevard Berlin. Este lugar se encuentra el Schloßstraße, una calle considerablemente larga en el distrito de Steglitz, en la zona sudoeste de la ciudad. Dicha vía está ya de por si repleta de tiendas, restaurantes, bancos, centros comerciales y todo tipo de sitios donde poder fundir tu dinero; y fue algo tan capitalista y superfluo como este último lo que llamó la atención:
Boulervard Berlin no es sino el segundo centro comercial más grande de la ciudad, estamos hablando de 76.000 m² de todo tipo de comercios - más de 120 locales dedicados desde la venta de ropa, ópticas, bares y de todo lo que podáis imaginar-, hasta el punto de que (además de los correspondientes mapas con el popular "usted está aquí") puedes encontrar postes que marcan en qué dirección están los diferentes establecimientos, como si se tratasen de señales en las calles.Aunque no soy una persona amiga de esto del shopping, tales magnitudes me resultaron impresionantes; y además había wifi gratuito, lo cual añadió aun más belleza a ese monumento al señor Don Dinero

Una vez saciada mi curiosidad por Boulevard Berin me puse en marcha al que sería mi destino estrella del día: Kreuzberg. Pero antes de llegar allí, volvamos a donde nos habíamos quedado: Schloßstraße. Desde esta localización, hasta la zona de Kreuzberg que quería visitar, hay unos 20km de distancia que, en condiciones normales, tardaría alrededor de 40 minutos en recorrer. Pero ¡ay, amigos! Cómo he dicho, eso sería en condiciones normales y este no era mi día más afortunado... Resultó que justo cuando mis llaves decidieron cogerse un día por asuntos propios (a pesar de que yo no he visto reflejado este derecho en ningún estatuto) los trabajadores del S-Bahn se unieron empezando su huelga
El S-Bahn, para aclararnos, es uno de los medios de transporte de Berlín, junto con el U-bahn, formarían lo que conocemos como metro. Por lo que no es que todas las lineas estuviesen paralizadas, pero si una gran parte, lo que hacía que moverse por la ciudad fuese como una partida de tetris: encajando paradas de autobús, con líneas de tren; además de un tráfico que daba miedo y una cantidad de gente apabullante que inundaba el transporte público sin importar la hora.
Dicho eso, me pareció que la mejor opción sería hacer una parada - como los aviones que necesitan aterrizar a medio camino para poder continuar con su viaje- en Alexander Platz, para comer, comprar, al fin, un plano de la ciudad y aprovecharme, otra vez, de alguna red wifi. Como mis requisitos para elegir "restaurante" no eran muy exquisitos, acabé en una mesa del KFC, que está en la misma estación, llenándola con mi plano del metro, mi móvil ya conectado a su red, un menú de una especie de nuggets de pollo y coca-cola y mi nuevo y precioso mapa de Berlín.
Parece una tontería, pero para alguien cuyo acceso a internet se limita a casas, cafeterías y, con suerte, algún edificio público, un callejero puede ser su mejor amigo; y yo había tardado demasiados días en hacerme con uno, con lo cual mi alegría era inmensa al poder planear al detalle mis excursiones. 
Como detalle, nada más abrirlo y empezar a echarle un ojo, mi refresco decidió echar también un vistazo más de cerca... Con lo que ahora tengo un lago de color marrón en mitad del Mitte.
Una vez alimentada, situada y habiendo hecho el puzzle de transportes que coger hasta llegar a mi destino, salí de mi particular "estrella michelin" para poner rumbo aun más al este: siguiente parada Kreuzberg. Aunque habrá que esperar al próximo capítulo, el avión necesita repostar. To be continued...


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Capítulo 9: 25 Jahre Mauerfall (25 años de la caída del muro)

Viajemos en el tiempo al verano de 1961. Nos encontramos en Berlín, pieza clave de la famosa Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos y la Unión Soviética desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de los años 90. El país está dividido: la parte occidental-capitalista y la oriental-comunista. Centrándonos en la metrópoli, la zona este está marcada por una emigración masiva y esto, como es de imaginar, no gusta a los diligentes.

En junio de este año el Consejo de Estado de la RDA (alemania oriental), Walter Ulbricht, declara que "nadie tiene intención de construir un muro". Dos meses después, nos despertamos un día de agosto y vemos que la policía urbana, de transporte y algún otro individuo, han levantado una serie de barreras e impiden cualquier tipo de tráfico entre las dos partes. ¿Que vas a ver a tu abuela que vive en el sector occidental? Lo siento, hoy no hay comida familiar. ¿Que tu tío se ha puesto enfermo?
Espero que tenga buenos vecinos.
Y así, de repente, en cuestión de días, se levanta un muro de unos 4 metros de alto que separa plazas, calles, amigos, familias... y te preguntas ¿así hasta cuando? Pero no hay respuesta, porque nadie sabe cuándo acabará, si es que acaba.

Pasan los años y el hormigón sigue sin moverse, al igual que los tanques que, amenazantes, se mantienen imperturbables en Check Point Charlie. La desesperación lleva a miles de ciudadanos a intentar atravesar la frontera de la RDA -parte comunista-. En 1988, más de 600 personas habían dejado sus vidas entre los alambres de espino -bien abatidos por los disparos de los guardias fronterizos, bien debido a accidentes o suicidios al haber sido descubiertos-, solo en el muro de Berlín 136 personas dejaron de existir e incontables son las muertes que surgieron de la tristeza y desesperación, de lo que supuso en sus vidas esa monstruosa construcción.
Llegamos a 1989, 28 años después de ese fatídico despertar. El 9 de noviembre de este año, el jefe del partido Comunista Oriental, anuncia la total libertad para viajar a la otra Alemania. Toda la ciudad salta a las calles, la gente se arma con lo primero que tiene a mano para derribar ese conjunto de cemento, hierro y alambre: amigos que vuelven a encontrarse, familias que vuelven a abrazarse y el recuerdo de quienes no llegaron a ver este nuevo amanecer.

Volvemos al presente, exactamente 25 años después de esta noche histórica y ahí estaba yo, cogiendo el U-bahn hasta la Puerta de Brandenburgo para celebrar la caída del Berliner Mauer. Ni siquiera estaba en proceso de existir cuando aconteció tal hecho, pero el viernes (2 días antes del aniversario) cené en casa de una familia berlinesa que vivió aquello que yo había leído en mis libros de historia. Y puedo deciros, es más debo deciros, que viendo la cara de felicidad, la sonrisa de los dos abuelos cuando me hablaban de aquella noche, me bastó para comprender que ese 9 de noviembre de 1989 el color volvió a sus vidas. No puedo decir que entienda qué sintieron cada uno de los habitantes de la actual capital, pues creo que es de esas cosas que nunca llegas a comprender si no las has vivido en primera persona, pero si me hicieron ser partícipe, aunque sea en una milésima parte, de esa alegría que trajo la desaparición del Muro de la vergüenza y gracias a ello, este aniversario lo pude vivir un poquito más.

La celebración fue, dejándonos de parafernalia literaria, una pasada; 8.000 globos iluminados se habían colocado por donde una vez pasó el muro y ese día iban a soltarlos, acompañados de una serie de conciertos con la diosa Victoria y su cuadriga de fondo. No se cuál sería la cifra de personas que inundábamos las calles, pero creo poder asegurar que llegábamos al millón e incluso lo sobrepasábamos. La puerta de Brandenburgo era un hervidero y llegar allí fue apoteósico:
Bajamos en la estación de Friedrich Straße y fuimos andando por Unter den Liden hasta la famosa Pariser Platz. Para nuestra sorpresa, los eficientes alemanes habían vallado la zona y no había forma de llegar al otro lado, pero como andar es sano, dimos una vuelta a la manzana para entrar por un lateral, por la zona del monumento al holocausto y sorpresa: más vallas. Pregunté a un simpático polizei si había forma de llegar a los balloons y me contestó que no. Pero no nos dimos por vencidas, seguimos andando hacia Tiergarten; y otra sorpresa: más vallas y una puerta con una serie de individuos con chaleco naranja que justo en el momento en el que llegábamos anunciaban, con esa forma tan cariñosa de gritar alemana, que "esa puerta estaba cerrada, debíamos dirigirnos a la siguiente entrada". Y ahí fuimos (no se cuánto habíamos andado ni dónde quedaba el maravilloso escenario y los fantásticos globos), y ahí llegamos para oír a otro naranjito decir "cerramos la puerta, por favor, diríjanse a la siguiente".
Llegados a este punto, permitir que destaque lo curioso de la situación y lo irónico que es que el día de la conmemoración de la caída del muro, no hiciésemos más que encontrarnos obstáculos que nos impedían cruzar al otro lado.
Por suerte, la tercera y última entrada aun no había cerrado cuando llegamos (aunque creo lo hizo al poco tiempo) por lo que pudimos adentrarnos en ese mar de gente y puestos de comida antes de que diese comienzo. Empezaron con una serie de conciertos y algún que otro testimonio (no puedo dar detalles de lo qué se dijo, pues no entendí gran cosa). Se siguió con la suelta de globos, que debo decir, fue menos espectacular de lo que esperaba, pero supongo que lo importante era el simbolismo, no el hecho en si. Y terminó con una sesión muy techno de manos de un muchacho cuyo nombre no recuerdo, a pesar de que se me repitió en numerosas ocasiones. A mi este rollo technológico no me va mucho, pero las luces de neón, los focos ultra-potentes y la puerta de Brandenburgo iluminada de fondo, hacen que incluso aquel txunda-txunda tenga su encanto; por no decir que parece ser lo único que hace moverse a los berlineses.
Fue una grata velada, una de esas ocasiones que te alegras de celebrar a pesar de que, como es mi caso, ni siquiera hubiera nacido por aquella época. Y si yo disfruté de cada uno de los minutos, imaginad todas y cada una de aquellas personas que este 9 de noviembre de 2014, revivieron aquel día en el que volvieron a ver a sus seres queridos y quisieron a aquellos que jamás habían visto.

Supongo, que después de haber hablado del pasado y presente, solo nos queda el futuro y todos esos muros (físicos e intangibles) que inundan nuestro mundo, abogar por todos aquellas(os) que luchan por que un día desaparezcan e instar a que todos(as) nos unamos a su causa. To be continued...


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Capítulo 8: Conversaciones de ascensor y la llegada a Invernalia

Esta mañana, siguiendo con la rutina de la semana, me he sentado en el asiento del copiloto del coche familiar. Eran las 7a.m, muy a.m y a mi, a esas horas, no se me puede considerar un ser del todo humano -yo me definiría más bien como una ameba gigante con malas pulgas- pero hago mis esfuerzos por parecer una persona simpática y lúcida, capaz de mantener una conversación cordial, aunque en mi cabeza no haya mucho más que un mono tocando los platillos.

Volviendo al lo que nos concierne. Viendo la inexistencia de una diálogo medianamente fluido, el padre de familia ha decidido sacar un tema más propio del ascensor de una comunidad de vecinos: el tiempo. Os parecerá una tontería pero ¿alguna vez os habéis parado a pensar lo común y socorrido que es este concepto y lo diferente que es a su vez en cada rincón del mundo? Por ejemplo, imaginaos a una pareja de ancianos taiwaneses en pleno julio:
- Menudo tifón el del otro día.
- De verdad, adiós a la casa de la playa... Otra vez.
-Qué le vamos a hacer... ¿Comemos saltamontes o perro hoy?
En cambio, ese mismo día a esa misma hora en Sevilla, la cosa sería algo más del tipo:
- ¿Tú te crees que ya he llenao dos veces la piscina este verano y se me ha vuelto a secá?
- No me extraña pisha, ¿Tú te acuerda de cuándo cayó la última gota de agua?
- Si, ayer en mi casa, que estaba la vecina de arriba regando la planta.

Siguiendo con los ejemplos, aquí en la capital alemana, en una zona que podríamos comenzar a considerar el norte del continente europeo, es lógico que el tema del tiempo se concentre en el subjetivo término frío. Y si, digo subjetivo porque tras la conversación de hoy en el trayecto casa colegio, me he dado cuenta de que estos alemanes si son gente del norte "ahí va la hostia" y no nosotros, pobres navarro-vascuences.
Ha empezado con la frase "parece que empieza a llegar el frío". Esto a mi me ha dado qué pensar, porque no ha dicho "hace" o "ya ha llegado" sino "empieza a llegar", lo cual quiere decir que todavía no está con nosotros y pensaba yo mientras miraba mi pack de gorro, bufanda y chaquetón que llevaba encima.
- ¿Has traído suficiente ropa de abrigo? - Si me lo hubiese dicho antes, hubiese contestado que afirmativamente sin dudarlo, pero ya había no estaba tan segura de si mi fondo de armario sería suficiente.
- Creo que si...
- Aquí el frío de verdad suele empezar en Diciembre, aunque los peores meses son Enero y Febrero. Alguna vez tenemos unas navidades blancas, pero eso es bueno, si hay nieve quiere decir que no hace frío.
Esto no ha hecho sino hacerme dudar, aun más si cabe, de si mis abrigos serán suficientes para una región bastante más norteña que la que me es habitual. Siempre se dice que en Navarra tenemos un clima fresco, somos gente dura acostumbrada a la lluvia y termómetros bajos, pero no creo que sea comparable a una ciudad en la que, en invierno, cubren las estatuas debido a las gélidas temperaturas.
- Solemos rondar los -10 o -15 grados.
No diré que no se qué son esas cifras, siempre hay algún día en el que parece que somos cuervos en el muro de Invernalia, pero son eso, días sueltos, no un par de meses criando estalactitas.

Más tarde, ya en casa, me ha enseñado cómo funciona el sistema de calefacción; como muchos tiene distintos numeritos que indican la cantidad de calor que va a emanar nuestro querido amigo. Solo diré que el nivel más bajo al que puedo poner el radiador, tiene forma de copo de nieve y en este punto está programado para proteger de la congelación.
Supongo que tendré que ir ahorrando para chaquetas, gorros, bufandas, guantes y una burbuja gigante aislante térmica. To be continued...


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Capitulo 7: Rumbo Berlín, las maravillas de viajar en tren

Os invito a un viaje en tren. No me digáis que no, pues en escasas ocasiones se da la oportunidad de atravesar Alemania de sur a norte, de Saarlouis a Berlín, en esta maravilla de transporte. ¿Qué me lleva a hacer este viaje tan repentino? Lo dejaremos para capítulos posteriores, ciertas cosas merecen ser miradas con la perspectiva del paso del tiempo. Pongámonos en marcha.

Son las 9:20 de la mañana en la estación de Roden (Saarlouis Hbf). Un cartel informativo anuncia que el tren con destino Koblenz (donde haré el transbordo para coger el tren hasta Berlín) llegará con cinco minutos de retraso. No pasaría nada si no fuese porque para hacer el cambio tenía seis minutos, con la puntualidad alemana truncada, este margen de tiempo se reduce a un minuto y no, por mucho Linterna Verde que intente ser, aun no he logrado la hipervelocidad, así que solo queda rezar para que se produzca un cambio en el continuo espacio-tiempo que haga que llegue con un margen aceptable (o algo así).


Con este comienzo,mi maletón, mi maletita y yo, ocupamos los tres primeros asientos libres que hemos encontrado. A mi izquierda, un paisaje algo monótono pero no por ello menos digno de observar, se va abriendo camino entre la niebla matutina y puedo ver bosques y más bosques que, con sus hojas color cobrizo, dan a todo un toque de lo más bucólico y romántico, tan propio de la época otoñal. Al mismo tiempo, a mi derecha, el río Saar, que da nombre a la provincia de Saarland, se abre paso y, esporádicamente, en la orilla, aparecen pueblecitos difícilmente diferenciables; todos con sus casas de tejado pronunciado y más arboleda por detrás.

He llegado a Koblenz con cuatro minutos de retraso, así que nada más abrirse las puertas me he convertido en una especie de Flash y con todo el equipaje me he lanzado a la carrera con la esperanza de que los dos minutos de margen fuesen suficientes para montar en el segundo y último tren. Por suerte, es domingo y los domingos son bonitos. Cuando he llegado a andén correspondiente, un bonito cartel de letras amarillas informaba de que el tren llegaría con unos 5 minutos de retraso. Con lo que aquí estamos, rumbo al Norte, ocupando otros tres asientos.
El paisaje va cambiando conforme avanzamos. Las ciudades cada vez son más grandes, más interesantes a primera vista. Los innumerables bosques de hoja caduca han ido dando paso a zonas más abiertas, con grandes explanadas de verde hierba; ha salido el sol y, por contradictorio que parezca, parece que el abrigo es cada vez más necesario.
Nos hemos plantado en las 14:30, hemos pasado por Düsseldorf, Hamm y otros lugares cuyo nombre no me sonaba a nada. Empieza a hacerse un poco largo pero aun queda la mitad del viaje más o menos. Aunque la hora aceptable para comer a nivel europeo ya ha pasado hace un rato, hoy hago honor a mi orígenes y me dispongo a comer. Supongo que si intentase colocar mi menú de hoy en la pirámide alimenticia, este ocuparía un lugar tan en la cumbre, que ni siquiera sería perceptible para el ojo humano; pero era lo mejor que he podido encontrar en la máquina expendedora.



Seguimos pasando el rato y me resulta curioso el efecto de los trenes en la mente humana, o al menos en la mía. El tener que pasarme prácticamente todo el día sentada en uno de sus vagones (con la excepción de alguna visita a un baño más bien poco presentable), no hace sino activar ese mundo de pensamientos que, en nuestro ajetreado día a día, permanece latente en algún lugar del cerebro. Normalmente no tenemos tiempo para reflexionar sobre cualquier nimiedad u observar el paisaje durante horas hasta el punto que una pequeña diferencia en este, resalta ante nuestros ojos como si fuese una obviedad imposible de pasar desapercibida. El tren es un medio de transporte de lo más peculiar sin duda.
A las 16:30 de la tarde, este es el aspecto que presenta el día. Supongo que dentro de un rato será todo oscuridad y mi viaje se verá ligeramente empeorado. Pero no me preocupa en exceso; cuanto más oscuro más cerca estarán las 18:02 y, por consiguiente, más cerca estaré de llegar a Berlín.
Efectivamente, una hora después mi descripción paisajística se ha visto truncada por la falta de luz. Pero no pasa nada, aun puedo hablaros de lo que veo a mi alrededor. Por ejemplo, los felices padre e hijo que acaban de pasar; no contentos con ir con la última moda alemana de llevar al niño(a) con un pañuelo al cuello a modo de San Fermín customizado, este progenitor ha creído que hoy sería un buen día para ir a juego con su churumbel y plantarse él también uno de ositos y tambores. O el señor que acaba de montar en la estación anterior, que con su sombrero a lo cocodrilo Dandy, ha sacado ya tres folletos sobre viajes a Sudáfrica y siguen apareciendo más del interior de su mochila; espero que no saque una cobra o algo exótico y típico de la zona.
Acabamos de pasar Berlín-Spandau, primera parada con el nombre de la metrópoli. Me ha venido el recuerdo de una primera visita bastante fría, repleta de sorpresas en forma de edificios, monumentos y abrigos, muchos abrigos. Pero también el de la segunda, más templada y veraniega, en la que re-descubrí la capital alemana; repleta de personas que inundaban los jardines al menor rayo de sol, zonas de lo más alternativas, zonas en las que se respiraba historia. Una segunda visita en la que decidí que "algún día, viviría en Berlín".

Así que aquí acaba mi crónica de hoy. En unos minutos llegaré a mi estación, donde me espera una nueva aventura que se irá escribiendo. Por lo pronto voy a ir cogiendo las maletas. To be continued...


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Capítulo 6: Eficientemente ineficaz

Dicen que los navarros somos cabezotas, que si se nos mete algo entre ceja y ceja puedes darte por acabado. Dicen, que si creemos que tenemos la razón, no hay forma de hacernos cambiar de opinión y seríamos capaces de moldear los polos de la Tierra solo para que nadie nos contradiga el hecho de que es redonda. Bueno, no seré yo quien lo desmienta, pero si añadiré que esta fama (puede que ganada) no es solo propia de está región y debería ser ampliada a pueblos más norteños, véase Alemania. La diferencia entre Sanfermineros y Oktoberfestianos radica en que ellos saben venderse y nosotros no.

Si intentas convencer a un Navarro de que el método que emplea no es el más apropiado, probablemente te responda "anda muete, ¿sabrás tú más que yo o qué?" o "no me toques las narices, que te suelto una chapada". En cambio, si tratas de hacer esto mismo con un alemán, te hablará de la importancia de la eficiencia; te dirá que el procedimiento no se lo ha sacado de la manga, sino que busca obtener el máximo y mejor rendimiento utilizando el menor número de recursos posibles. Y claro, con esta serie de argumentos, parece que su razón no necesita tocar ningún polo para ser irrefutable y nos dejan a los primeros de catetos testarudos.
En esencia se trata de lo mismo, ambos encerrados en sus respectivas mentalidades. Pero nosotros ampliando el radio al resto del páis, pobres víctimas de la prima de riesgo, la inflación, el desempleo y todos estos términos que hoy en día nos son más familiares que un salario mensual, no hacemos otra cosa que agachar la cabeza ante el superior raciocinio alemán y su mejor educación, menor tasa de paro, mejor nivel de inglés, etc. Porque por algo ellos son una potencia económica y nosotros una economía a potenciar.

Quiero aclarar, que a pesar de que saque a relucir el tema económico, no quiero hacer referencia al conjunto del país como una entidad única, hablo de cada uno de los individuos que lo conformamos. Es un gobierno lamentable tras otro lo que nos ha llevado a estar donde estamos y, aunque también se que están ahí porque "nosotros" hemos querido, no concibo que se nos pueda achacar el "haber vivido por encima de nuestras posibilidades". Nuestra situación ahora es lamentable y la gestión de esta aún más si cabe, pero creo que como ciudadanos particulares, no tenemos motivo alguno por el que bajar la cabeza ante nadie, por muy grandes que sean los números rojos de nuestro estado.

Todo esto viene a partir de que hace algunas noches, la señora de la familia, tuvo un par de quejas: la primera fue que no entendía por qué los platos, tras haber estado en el lavavajillas, salían aún con restos de comida. La segunda, que no hacía falta que los aclarase antes de meterlos en la máquina. Ante esta última, como comprenderéis, intenté hacerle ver que era la causa de la anterior, a lo que me vino con lo ya nombrado:
No tiene sentido tener un lavavajillas, si tenemos que aclarar los platos antes de ponerlos en él. No sería eficiente.

Así que continuó con la tarea de inspeccionar cada objeto que sacaba de la máquina escupe agua y jurando en arameo cuando veía un fideo de la noche anterior. Yo por mi parte sigo en mis trece y aclaro los platos si el ojo de Sauron no está encima; será porque soy de Navarra.
To be continued...


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Se un Linterna Verde

Protegiendo la infinidad del universo, existe un escuadrón conocido como Los Linterna Verde. Durante millones de años, esta hermandad ha sido la encargada de defender la paz y la justicia en este nuestro hogar. Su poder proviene de los anillos que poseen, con los que controlan el mundo físico y crean objetos sólidos.Para ser capaz de dar uso a tan poderosa arma, el propietario del anillo tiene que valerse de su Voluntad.

Esta, es la aptitud que tenemos para superar obstáculos o dificultades, o para cumplir con nuestras obligaciones. El problema es que la especie humana tiene tendencia al acomode, es algo inherente a nosotros: todo en la naturaleza tiende al menor gasto de energía. Llevamos un Homer Simpson en nuestro interior, que hace que nuestra voluntad se vea eclipsada por el mullidito del sofá, ¿o no?

Hal Jordan, fue el primer ser humano en ser elegido para formar parte de Los Linterna Verde, tuvo que tomar una determinación crucial que, sin duda alguna, cambiaría el rumbo de su existencia. Decidió unirse a ellos, a pesar de que nunca antes se había creído posible que un individuo de nuestra clase pudiese llegar a tener la fuerza de Voluntad para que sus creaciones fuesen lo suficientemente potentes. Mas no solo llegó a dominar el anillo, sino que logró vencer a sus temores y con ello, salvar al universo de un mal inconmensurable.

En la vida, nos encontramos en una situaciones en las que, para alcanzar nuestros objetivos, debemos poner un punto y a parte. Esto puede resultar más complejo de lo que parece a simple vista, pues pasar de página y enfrentarte al abismo de una hoja en blanco no es tarea fácil. Se necesita una gran fuerza de voluntad y valentía para afrontar lo desconocido y avanzar hacia nuestras metas, porque nadie ha escrito nunca lo que nos queda por vivir y mucho menos, cómo vivirlo. Somos nosotros los dueños y señores de nuestra historia y, como en todo buen libro, hay que saber cuándo terminar un capítulo y dar comienzo al siguiente.

Puede que la holgazanería corra por nuestra venas junto a glóbulos rojos y plaquetas, pero también somos poseedores de la aptitud para hacer de nuestra biografía algo grandioso: hagamos que nuestra voluntad gane a cualquier principio termodinámico. seamos un Linterna Verde.

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Capítulo 5: Fauna Australiana

¿Sabíais que Australia es la isla más extensa del mundo? La única isla que es un continente y que, a su vez, es también un país, el sexto más grande para ser exactos. En ella habitan 20 de las serpientes más mortíferas del planeta y la medusa más peligrosa; tienen 1500 especies de arañas, 40 millones de canguros y, atención, 100 millones de ovejas. El 44%, es decir, más de un tercio, son zonas desérticas o semiáridas. Estas áreas se encuentra sobre todo en el interior del continente-isla-país y son conocidas como outback.
El outback es el enorme y abrasador centro de Australia, donde podemos encontrar muchas de las criaturas mortíferas citadas con anterioridad. Da la sensación de que salir de allí ileso es toda una hazaña. Pero no todo lo que habita en este lugar es un asesino en potencia, también existen animalitos inofensivos como mis amigos los dragones barbudos. ¿Por qué mis amigos? Pues bien, resulta que, además de convivir entre arañas y serpientes letales en uno de los sitios más duros del planeta, también lo hacen con nosotros en mi casa.

Pareja de lagartos barbudos (por si había dudas)
Me gustaría aclarar, antes de seguir con mi historia que, ante todo, creo que no deberían estar cautivos en el terrario de un chalet. Que su hábitat no es la húmeda y fría Alemania. Y esto lo hago extensible a toda esta moda de "tengamos una mascota exótica"; a todos los que decidís meter en vuestra casa a una boa constrictor, una tarántula o cualquier bicho de este tipo.

El caso es que, este o no esté de acuerdo, ahí están, en el salón de mi actual morada. Son dos, no me preguntéis los nombres porque no tengo ni idea (algo largo en alemán). Tampoco se si son macho o hembra. Solo conozco su alimentación (lechuga y las hojas de las plantas de los dientes de león) y que tienen una constante e imperturbable cara de enfado. Por esta última razón, no me dan ninguna confianza.Me gustan los animales, pero con los reptiles no tengo una relación muy amistosa. Además, todas las mañanas me toca abrir el terrario para darles de comer. Tampoco es nada arriesgado, lo se, solo dejo las hojas troceadas, ellos ni se acercan y vuelvo a cerrar. Siempre tengo mucho cuidado para no dejar un hueco abierto, pero se ve que no todo el mundo lo tiene.

Hace unos días, se me planteó una tarde de viernes de lo más tranquila. Los dos niños tenían fútbol y se fueron hacia las 15:30 . Por su parte, la niña, había quedado con una amiga para hacer los deberes en casa y luego ir a tomar un helado. Todo era maravilloso, tranquilo, perfecto... Hasta que tuve la genial idea de volver a dar de comer a los protagonistas de nuestro relato.
Cuál fue mi sorpresa que, al llegar yo como buena samaritana con mi dosis de alimentos, me encontré la mampara abierta (no de par en par, pero si lo suficiente como para que un bicho de esos saliese sin mayor dificultad). Con cara de estupor y temiendo lo peor, dediqué unos minutos a observar el interior del terrario para comprobar que, como intuí, ahí no había lagarto alguno.
¿Qué hice? Correr escaleras abajo, encerrarme en mi habitación y rezar para que no hubiesen entrado en ella. Cuando hube mirado en cada rincón, empecé a evaluar la situación:

  1. No había nadie más en casa, nadie a quién pedir ayuda.
  2. Son tres pisos de vivienda, con muchos recovecos. Estos animales pueden trepar, cómo narices los iba a encontrar.
  3. Si por un casual daba con ellos, ¿qué iba a hacer?. Ni en broma los iba a coger, ¿hábeis visto como hinchan sus "barbas" cuando les da por ponerse agresivos? No me agradaba la idea, en absoluto.
  4. Daba la casualidad de que estaba chateanto con un amigo y él me dijo (a tono de broma entre otras muchas grandes ideas) que los buscase y, si los encontraba, les tirase una manta o algo encima. Está fue la que me pareció la mejor solución.


Marché escaleras arriba, cerré todas las puertas del salón a cal y canto y, como una Frank de la Jungla bastante torpe,empecé mi búsqueda. No sabía si estarían ahí o no, pero por algún lado tenía que comenzar. Miré por la zona del terrario, las cajitas con insectos, la mesa del comedor, bajo el armario... pero nada, como ya suponía no iban a estar saludándome, pidiendo que los volviese a encerrar ¿o si?
Por increíble que parezca, a pesar de tener tres plantas en las que esconderse y no ser encontrados durante bastante tiempo, estos adorables reptiles decidieron que el mejor sitio donde podían "ocultarse" era el sofá. Si señor, mirándome con cara de pocos amigos para variar. Así que siguiendo el consejo de mi colega y como si fuese Harry Potter con su capa de invisibilidad, les tiré una toalla encima. Se ve que esto les confundió y yo, armándome de valor, con mis propias manos los devolví a su zona de confort.
Cuando pasó un rato y mis niveles de adrenalina empezaron a ser normales, recordé cierto detalle que había pasado por alto:  Yo no me explicaba cómo podía haberse quedado la puerta abierta, hasta que me vino a la cabeza que, antes de irse, la niña y su amiga habían estado jugando cerca de los dos fugitivos. Así que lo vi claro, entre risa y risa, el cristal que me separaba de mis enemigos se había quedado sin cerrar haciendo que mi tarde tranquila y sosegada se convirtiese en una versión exótica del escondite.

Desde ese día, tengo la paranoia de que, después de su pequeña aventura, van a ser capaces de abrir la mampara con una de sus garras, así que con una exactitud que ni un neurocirujano experto, cierro la puertecita sin dejar un solo resquicio de libertad. Espero que mi obsesión no les deje sin oxígeno. To be continued...


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Capítulo 4: A falta de pan, buenas son salchichas

No se cuál fue el origen de la cultura gastronómica. Yo lo imagino algo así como dos trogloditas discutiendo sobre cómo hacer el mamut: con bayas o sin ellas. A partir de ahí se creó un cisma irreparable y empezó una competición creativa para ganarse el paladar de la tribu... O a lo mejor fue algo menos novelesco y más darwiniano y evolutivo, como cuando los seres acuáticos decidieron darse un paseo algo largo por la tierra.

Sea lo que fuere, hoy en día nos encontramos ante una variedad infinita de comidas, bebidas, salsas, especias y demás vocablos culinarios. Pero por si esto nos parece poco, dependiendo de la zona del planeta en la que nos hallemos, todos estos elementos se combinan de formas diferentes, para aparecérsenos como lo que conocemos como platos típicos. No voy a dármelas de entendida, no soy ningún Ferrán Adriá, ni el tipo de "Crónicas Carnívoras", pero si tengo cierta experiencia con esto de las "dietas internacionales", más concretamente de la alemana y aun más concretamente de la familia con la que estoy.
Knödel, Klöße o maseta de patata alguna cosa más
Mis hospedadores comen mal. No me refiero a que, como puede pasar por la zona de Reino Unido, la comida eche para atrás solo con olerla a 200 metros de distancia (hasta el momento, ni mi sentido del olfato, ni el del gusto, tienen queja alguna sobre lo que ponen sobre la mesa). Mi descontento tiene que ver con algo denominado dieta saludable. Aunque nunca he sido buena comedora (que le pregunten a mi madre si se ha roto la cabeza para que la niña comiese más o menos sano), en los últimos meses, al fin me he dado cuenta de que comer bien es necesario y tu cuerpo lo agradece. No voy a mentir, sigo siendo una comedora bastante nefasta, pero, como dirían en mi cole, PA (progresa adecuadamente).
El caso es que por mucho que ponga de mi parte, esta familia se niega a darme la palanca con la que moveré el mundo (o la sangre por mis arterias).




Si lo comparamos con la famosa pirámide alimenticia, comprobaremos que faltan unos cuantos peldaños bastante básicos, como la verdura, fruta, pescado y algún otro. Lo cual quiere decir que mi propósito de comer de manera medianamente aceptable ha quedado en el olvido.





Sin irnos muy lejos os cuento la de ayer. Resulta, que con la pulpa o como quiera que se denomine al interior de las calabazas que estuvimos decorando para Halloween (otro día hablaré sobre este tema y las pelis americanas que nos lo pintan tan bonito), hicieron una sopita reconfortante. A mi me pareció extraño que nuestra cena consistiese en un "mísero" caldo, pero como diría Segismundo "La vida es sueño", así que acudí a la llamada de essen.
Normalmente, la imagen a la que estoy acostumbrada es que las personas, cuando comen, sostengan en sus manos los cubiertos. Como mucho puedo pasar el móvil en el caso de los tan comunes adictos al Whatsapp. Pero lo que conocía como normalidad se ha transmutado al pisar las tierras que una vez habitaron los vikingos y esas bandas de "bárbaros" conocidas como pueblos germánicos.

Con la cuchara en  una mano y en la otra lo que llamaré de aquí en adelante el "pan alemán" (también conocido como salchicha), mi familia devoraba con ansia todos los alimentos que componían lo que, de primeras, había pensado que sería una cenita saludable. Así que, siguiendo con Segismundo, "los sueños, sueños son" y como donde fueres haz lo que vieres, ahí estuve, salchicha en mano, pensando en lo bonito que sería llegar un día y encontrar una ensalada.

Indignación educativa: ser o no ser

Estoy indignada y frustrada con la educación, hoy más que otros días quiero decir. Porque claro, es difícil que, viniendo de donde vengo, la olla a presión que es mi paciencia no esté a punto de estallar con temas como cierta reforma, métodos educativos del siglo pasado y otras muchas cosas. Pero hoy no escribo a causa de ninguno de los aspectos citados, estos quedan para otra ocasión, latentes, cocinándose a fuego lento hasta que empiece a silbar.

Estoy indignada porque hay ciertos asuntos a la hora de iniciar una vida universitaria que no entran en mi cabeza. Básicamente, no entiendo por qué no puedo estudiar lo que quiero.
Entiendo que sea necesaria una nota de corte: está claro que si la carrera X tiene 200 plazas y hay 300 aspirantes, la forma más justa para decidir quién merece y quién no estar dentro es teniendo en cuenta los conocimientos de estos que, hasta el momento, se representan con una cifra entre el 1 y el 14.
Lo que no alcanzo a comprender es que, aun estando lo suficientemente cualificada, haya otras cuestiones que entren en juego. Y aquí viene lo que me frustra; porque aunque me enfade, patalee, llore o baile claqué, por ahora no hay solución alguna.
No me explico por qué mis estudios se tienen que ver condicionados por la cantidad de dinero que hay en mi cuenta o la de mis padres. ¿A caso tengo más derecho a estudiar psicología si mis padres tienen un salario millonario que si son dos currantes mileuristas?
Me irrita que en mi ciudad, como quien dice, solo haya cuatro carreras en la universidad pública. Pero, una vez más, entiendo que en todos lados no pueden impartir todo, sigo con los pies en la tierra. Mi frustración reaparece cuando, por pertenecer a la familia que pertenezco, me veo obligada a elegir mi grado de la siguiente forma:  

1. Comprueba qué becas y/o ayudas corresponden con tu situación económica. ¿Has tenido suerte? Si la respuesta es si: enhorabuena, puedes pasar al paso 3. Si es no y el grado que te interesa no se imparte en tu universidad más cercana, lo siento, sigue el orden ordinario.

2. Haz una lista con las carreras que están a tu alcance. Descarta las que odies y quédate con las que menos te desagraden o, si tienes suerte, con las que te gusten.

3. Elige el grado que vas a estudiar.

¿No es ridículo que, si quiero hacer Telecomunicaciones, tengo la capacidad y tengo la nota suficiente, no pueda dedicarme a ello porque mi hucha no suena lo bastante? ¿No carece de sentido que aun teniendo vocación de veterinaria, habiéndome esforzado para alcanzar la calificación necesaria, tenga que estudiar Sociología porque tampoco me disgusta y es lo que me puedo permitir?

Podéis estar o no de acuerdo conmigo, podéis encontraros en mi situación o no, podéis indignaros conmigo o contra mi. Sois libres cual pajarillos para crear vuestra propia opinión al respecto. Solo espero (y podéis llamarme idealista) que algún día, llegue una generación que cambie las cosas y que el mundo no se pierda ningún gran publicista, arquitect@ o historiador(a) solo porque su economía no sea tan grande como la prima de riesgo de nuestro país.

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Capítulo 3: Presentaciones y autobuses desconcertantes

Yo, como animal político según Aristóteles, ser que piensa según Descartes y que ríe según Rabelais, he descubierto mi pilar simbiótico. Bueno, más que descubrirlo, me lo presentaron en una reunión más que premeditada, una especie de "amistad concertada" con la cual estoy más que contenta.
Para no revelar su verdadera identidad (aunque no sea Batman, se merece cierta privacidad) pasaré a referirme a ella como "Srta.Salá". Las razones de este seudónimo, por ahora quedan tras el velo del misterio y quién sabe si algún día saldrán a la luz.

Una vez hechas las presentaciones, vamos a la anécdota de la semana: Como cada domingo, la Srta.Salá y yo, fuimos a Saarlouis city a pasar el día. Esto consiste en comer, beber, despotricar sobre lo que nos ha ido pasando y dar un paseo si se tercia. Puede parecer una tontería, pero solo por ello, ha pasado de ser el día muerto de la semana, en el que estás de resaca y agonizas por la llegada del lunes; a un día precioso, sin obligación alguna, en el que recupero años de vida y descargo todo lo acumulado.
Este en concreto, era un domingo bastante alemán. Así, nublado y poco amigable. Anunciaba que iba a haber lluvia desde que miré por la ventana nada más despertarme. ¡Pero daba igual! Porque los domingos son bonitos. Así que, con nuestro mejor ánimo, marchamos a Saarlouis(4 kilómetros a pie desde mi casa, más o menos).



Todo fue bien, hasta que a eso de las 6:30 de la tarde, como ya venía avisando, empezó a llover al estilo irlandés, que viene siendo agua hasta el punto en el que esperas ver a "Moisés en su arca". Por suerte la cosa amainó al rato, con lo que decidimos aprovechar para ir a la estación de autobuses y volver a casa resguardaditas en uno de los armatostes de metal.

La srta.Salá, que es muy apañada, venía de casa con la lección aprendida y sabía que el bus que teníamos que coger era el 437 y, casualidades de la vida, ahí estaba cuando llegamos a la estación. Viendo que el señor conductor arrancaba motores, nos tocó correr y, siguiendo con la belleza de los domingos, llegamos antes de que marchase para no volver. Pero la vida no es todo color de rosa amigos:

 Traducción alemán-castellano de la conversación de la Srta.Salá con el hombre que iba al volante.Diré que en el cartelito del vehículo ponía, claramente, "por Roden".

-¿Este es el autobús que va a Roden?
-No.
-¿No?
-No, el de Roden pasa en unos diez minutos.
-Ah, vale, gracias.

Y ahí mutó nuestra cara: al igual que con el VHS Zentrum, el autobús que según la pantallita iba hacía Roden NO iba hacia Roden. Así que ¿Cuál sería el que SI nos dejaba en casa?

Una de las cosas interesantes que tiene el salir de casa, es que a veces no sabes volver a esta. En esas situaciones, creo que lo mejor es reírse. La risa es buena, la risa es bonita. En nuestro caso, era ese tipo de risa nerviosa que viene a decir "ya tenemos qué contar hoy, pero por favor que este sea el bus correcto". Con este panorama, nos vimos convertidas en la especie universal de: el turista perdido. Puedes sentir la tensión en sus cuerpos, hueles su miedo y ves la inseguridad en sus caras al no saber en qué parada tienen que bajar (si es que tienen que bajar en una). Visto desde la distancia, es un espécimen gracioso, digno de fotografiar; pero cuando te ves en su piel, dan más ganas de usar el móvil para mirar google maps que para hacerte un "selfie".

Por suerte para nosotras, como ya he dicho en incontables ocasiones: era domingo. Así que el segundo conductor si pasaba por Roden y, con más o menos acierto a la hora de elegir parada, conseguimos llegar a casa y cumplimos nuestro cometido del día como seres sociales, que ríen y piensan.

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La importancia de la arquitectura

Es curioso como en el día a día, algo tan necesario como una barandilla, pasa desapercibida ante nuestros ojos. Ninguno de nosotros se levanta un lunes y cuando toca bajar a la calle piensa "oh barandilla, menos mal que existes". Hasta que llega el martes, en el que te levantas con un esguince en el tobillo, te ves cual pirata "patapalo" ante 45 escalones y dos cosas pasan por tu mente:

1. Voy a hacer una pierna que ni Beyoncé.
2. Por favor, que haya dónde agarrarme.
Solo entonces, cuando tienes la necesidad imperiosa de hacer uso de ella, te percatas de su existencia.

Esto se lo que se llama un cambio de perspectiva: algo que estaba frente a ti todos los días, adquiere un matiz diferente debido a un cambio en tu rutina. En este caso, se trata simplemente de un objeto cotidiano, pero esto ocurre con cosas mucho más complejas; la forma en la que vemos el mundo condiciona cómo nos sentimos en este (positivos, negativos, solos, felices, etc.)

Al viajar, el modo en el que ves lo que te rodea también se ve afectado. Cuando estás lejos de tu casa, de tu gente, empiezas a echar en falta cosas que nunca antes habías pensado que fuesen tan indispensables. Es el caso de los pilares:

Desde la época de los romanos, egipcios, griegos y todos estos colegas, los pilares han sido básicos en la arquitectura. Nadie se imagina la catedral de Notre Dame o el panteón de Agripa sin ellos. Pero cuando salimos de su significado más material y pasamos a hablar de seres humanos, personas que están ahí sosteniendo nuestras vidas, haciendo que nuestro día a día sea más feliz, la cosa cambia.
Quién no ha descuidado una amistad, quién no se ha despreocupado de mantener viva una relación, quién no ha pasado por alto los momento de flaqueza de algún allegado... "Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra".


Pero ¡Ay amigos! ¿Y cuando te ves a mil kilómetros de distancia de ell@s? Cuando tienes un día de perros, en el que necesitas descargar con esa persona y no está ahí. Entonces si somos conscientes de quiénes son y de lo importantes que son para mantenernos en pie. Y los echamos de menos, por muchas veces que, estando juntos, los hayamos echado de más.

Lo bueno, es que en nuestra vida no hay un cupo límite de pilares y, al igual que en la construcción, los hay de muchos tipos: amigos de toda la vida, familia, pareja, etc. Y hay uno, del cual he descubierto su existencia hace poco, que he denominado "pilar simbiótico".
Se trata de esas relaciones que nacen de la necesidad. En un momento, aparece alguien que, al igual que tú, se encuentra de una situación "despilarizada" y, debido a un reglamento no escrito, os convertís en sustentos mutuos. Puede que, en tu vida "normal", nunca hubieseis tenido ningún tipo de vínculo, puede que ni siquiera hubieseis llegado a conoceros; pero en ese momento se convierte en alguien indispensable para ti y pasa a formar parte de tu "esqueleto emocional".

Si tenéis suerte, este se hará un hueco permanente y si no, siguiendo con el tema bíblico, podéis sacaros esa costilla y odiaros hasta el final de los tiempos.

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