Capítulo 4: A falta de pan, buenas son salchichas

No se cuál fue el origen de la cultura gastronómica. Yo lo imagino algo así como dos trogloditas discutiendo sobre cómo hacer el mamut: con bayas o sin ellas. A partir de ahí se creó un cisma irreparable y empezó una competición creativa para ganarse el paladar de la tribu... O a lo mejor fue algo menos novelesco y más darwiniano y evolutivo, como cuando los seres acuáticos decidieron darse un paseo algo largo por la tierra.

Sea lo que fuere, hoy en día nos encontramos ante una variedad infinita de comidas, bebidas, salsas, especias y demás vocablos culinarios. Pero por si esto nos parece poco, dependiendo de la zona del planeta en la que nos hallemos, todos estos elementos se combinan de formas diferentes, para aparecérsenos como lo que conocemos como platos típicos. No voy a dármelas de entendida, no soy ningún Ferrán Adriá, ni el tipo de "Crónicas Carnívoras", pero si tengo cierta experiencia con esto de las "dietas internacionales", más concretamente de la alemana y aun más concretamente de la familia con la que estoy.
Knödel, Klöße o maseta de patata alguna cosa más
Mis hospedadores comen mal. No me refiero a que, como puede pasar por la zona de Reino Unido, la comida eche para atrás solo con olerla a 200 metros de distancia (hasta el momento, ni mi sentido del olfato, ni el del gusto, tienen queja alguna sobre lo que ponen sobre la mesa). Mi descontento tiene que ver con algo denominado dieta saludable. Aunque nunca he sido buena comedora (que le pregunten a mi madre si se ha roto la cabeza para que la niña comiese más o menos sano), en los últimos meses, al fin me he dado cuenta de que comer bien es necesario y tu cuerpo lo agradece. No voy a mentir, sigo siendo una comedora bastante nefasta, pero, como dirían en mi cole, PA (progresa adecuadamente).
El caso es que por mucho que ponga de mi parte, esta familia se niega a darme la palanca con la que moveré el mundo (o la sangre por mis arterias).




Si lo comparamos con la famosa pirámide alimenticia, comprobaremos que faltan unos cuantos peldaños bastante básicos, como la verdura, fruta, pescado y algún otro. Lo cual quiere decir que mi propósito de comer de manera medianamente aceptable ha quedado en el olvido.





Sin irnos muy lejos os cuento la de ayer. Resulta, que con la pulpa o como quiera que se denomine al interior de las calabazas que estuvimos decorando para Halloween (otro día hablaré sobre este tema y las pelis americanas que nos lo pintan tan bonito), hicieron una sopita reconfortante. A mi me pareció extraño que nuestra cena consistiese en un "mísero" caldo, pero como diría Segismundo "La vida es sueño", así que acudí a la llamada de essen.
Normalmente, la imagen a la que estoy acostumbrada es que las personas, cuando comen, sostengan en sus manos los cubiertos. Como mucho puedo pasar el móvil en el caso de los tan comunes adictos al Whatsapp. Pero lo que conocía como normalidad se ha transmutado al pisar las tierras que una vez habitaron los vikingos y esas bandas de "bárbaros" conocidas como pueblos germánicos.

Con la cuchara en  una mano y en la otra lo que llamaré de aquí en adelante el "pan alemán" (también conocido como salchicha), mi familia devoraba con ansia todos los alimentos que componían lo que, de primeras, había pensado que sería una cenita saludable. Así que, siguiendo con Segismundo, "los sueños, sueños son" y como donde fueres haz lo que vieres, ahí estuve, salchicha en mano, pensando en lo bonito que sería llegar un día y encontrar una ensalada.

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