Capítulo 19: Cuatro meses a su lado

Hace casi unos cuatro meses que llegué a Berlín. Cuatro meses en los que he estado compartiendo habitación con ella. Cuatro meses acostándonos y levantándonos juntas. Cuatro meses de domingos con película, chucherías y manta. Cuatro meses en los que me ha aguantado en mis mejores y mis peores días; en esos en los que era todo sonrisas y gracias, y en los que no había quien me dirigiese la palabra. Durante todo este tiempo, siempre ha estado conmigo.

No es una compañera muy habladora. Siempre está en la habitación, da igual el día o la hora, nunca la encontrarás en otra parte. Pasa las veinticuatro horas absorta en sus pensamientos, en un mundo paralelo de alguno de los pertenecientes al multiverso de Punset. Nunca sabes si está dormida o despierta, si te escucha o no; pero es mi compañera y, según el código no escrito de l@s compañer@s de habitación, es mi deber el preocuparme por su bienestar físico y mental (aunque no tenga ni la más remota idea de si en su cabeza hay algo más que un mono tocando los platillos).

La verdad, es que con el paso del tiempo, le he ido cogiendo cierto apego. No puedo decir que haya llegado a quererle, pero ya sabéis eso que dicen "el roce hace el cariño". Mas, al mismo tiempo que ella se ha ido ganando un hueco mi cajón de seres allegados, he visto como poco a poco se iba deteriorando y, por mucho empeño que he puesto en que siga adelante y vuelva a estar como aquel día de noviembre en el que nos vimos por primera vez, no he logrado que salga de ese bache. 
No se qué es lo que le pasa; he intentado hablar con ella, pero como siempre, no he obtenido respuesta alguna. Intento animarla leyéndole, trayéndole algo para beber... Pero nada, cada día que pasa está más decaída, hasta el punto que temo que ya no pueda hacer nada. He buscado en Internet, pero ni siquiera Google tiene respuesta; he llegado a plantearme usar Bing, pero me salió un sarpullido solo con que la idea pasase por mi mente.

El otro día hablaba con mis padres por Skype y les contaba la situación, aun con ella al lado mía (total, sabía que no diría nada).

- Ya no se qué hacer, qué darle o qué decirle. No lo entiendo, ¿Acaso soy yo? Miradla, casi ni se sostiene.
- Si, tiene mala pinta. ¿Bebe suficiente agua? O a lo mejor es demasiada, puede que sea la calefacción o... Ni idea, no somos ningunos expertos...
- He pensado en decirle a la familia que la saquen de aquí, que no puedo hacerme cargo de ella...
- A lo mejor la madre sabe qué hacer.

Han pasado unos días desde aquella conversación y no he comentado nada. Me da incluso vergüenza, ¿quién confiaría sus hijos a alguien que no es capaz de mantener una planta con vida? No parece una planta delicada; de estas a las que hay que cantar por la mañanas y regar con cuenta gotas y agua del manantial de las montañas nevadas de Vete-Tu-A-Saber-Dónde, pero la maldita se niega a regenerarse, su color cada vez es menos verde y más marrón muerte. Y juro que lo he intentado todo: regarla más, regarla menos, la he movido por la habitación probando distintos ángulos de luz... ¡He llegado a hablarle! Pero parece que odia mi presencia, se niega a sacar una mísera hoja verde y sana, debo tener un aura horrible que ahuyenta cualquier posibilidad de una recuperación botánica.

En cualquier caso, siempre queda una chispa de esperanza, quién sabe si algún día me levantaré y de pronto me veré sorprendida por una vigorosa y feliz planta, que me da los buenos días, dando ejemplo de lo que significa verde esperanza. To be continued...

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Capítulo 18: Hamburgo express.

¿Sabéis cuando tienes 15 años y tus padres se dicen que se van de vacaciones toda la semana y tú, si tú joven adolescente, te vas a quedar sola en casa? Bueno, yo no había experimentado esto hasta hace poco, y ni siquiera ha sido gracias a mis padres, que siempre me privaron de esta experiencia tan americana, llevándome con ellos a todas las vacaciones en Cádiz, Tarifa, Barcelona, Berlín...Pobre yo, ¿verdad?
El caso es que la semana pasada, tuve la suerte de hacerme con unas vacaciones no-solicitadas gracias a la colaboración de mi familia adoptiva alemana. Estos seres maravillosos, se fueron de semana blanca a Suiza, a esquiar Alpes arriba-Alpes abajo y yo, me quedé como dueña y señora de la casa. Así que esta era la situación: yo, casa en Berlin y mucho tiempo libre.

La verdad, que no hice gran cosa, ninguna macrofiesta a la alemana con luces de neón y techno hasta las 10 de la mañana, nada de Oktoberfest en Febrero... Dormir, comer, programar y permitirme el lujo de pasar todo un día en pijama. Pero una servidora, que siempre tiene el gusanillo de recorrer mundo, echó una ojeada a los alrededores para, uno de esos días, darse el gusto de una excursión de esas con mochila, mapa y muchas probabilidades de perderse.
Barajé distintas opciones: Dresden, Hannover, Hamburgo... Y al final me quedé con esta última. ¿Por qué? Bien, tengo tres razones: está a 3 horas en autobús, la ida y vuelva me costaron 19€ y la tercera y última es más visual.
El día D fue el jueves, no hay razón alguna, y el miércoles, lo pasé, en gran parte, planeando todo lo que quería ver, por dónde tenía que ir, etc. Seré sincera, nunca suelo preparar ningún itinerario, porque nunca los sigo, pero esta vez tenía un día para ver la segunda ciudad más grande de Alemania, así que el modo aleatorio me dejaba con bastantes probabilidades de perderme la mitad de los sitios turísticos por excelencia. 
Para mi sorpresa, por la noche me encontré con una lista de "lugares a visitar" y un mapa de Google maps marcado con cada uno de ellos y el orden que debería seguir para poder verlo todo sin problemas. Así que con muy buen humor, me marché a la cama con una amplia sonrisa pensando en lo bien que tenía todo planificado por primera vez en mi vida.

A la mañana siguiente, casi muero al oir el despertador. Llevaba toda la semana levantándome cuando mi gallo interior quería y, aquel día, las 7 era una hora intempestiva que dolió, dolió mucho. Pero, ¡eh, iba a Hamburgo! Así que me tomé un café (cosa que no suelo hacer nunca, pero supuse que aquel día necesitaría un aporte extra), cogí mi mochila y me puse en marcha. 
Sin problemas llegué a la estación, sin problemas encontré el autobús y sin problemas nos pusimos en marcha. El viaje en si lo pasé medio dormitando y sacando alguna foto del paisaje nevado que se extendía durante todo el trayecto.

Tres horas y pico después, gracias a un atasco a las entradas de Hamburgo, bajaba del autobús. Y eso fue lo que me costó perderme. Nada más poner un pie en tierra y sacar mi gran smartphone-que-todo-lo-sabe me di cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba: el gps del móvil decidió que sería un buen momento para señalar coordenadas aleatorias cada 3 segundos, por lo que situarme era imposible y, aunque se suponía que debía estar en la estación central, eso no lo era ni de lejos. Pero vamos a ver, a quién pretendía engañar, tanta organización no era propia de mi y, está claro, que estoy destinada a vagar sin rumbo fijo allá donde vaya, ¿acaso alguien podía esperar que de verdad fuese a seguir mi tan preciado tour al pie de la letra, sin altercado alguno? ¡Claro que no! lo bonito además es perderse, aunque nos lleve a un parque dejado de la mano de Dios en lugar de a la iglesia gótica de no se qué siglo que recomiendan todas las guías.
Así que con este espíritu más propio de mi persona, me puse en marcha hacia donde creía que se encontraba una de estas casas del señor que debes ver. Podéis imaginar mi sorpresa cuando, de repente, me encontré de bruces con ella y también cuando vi que todo lo que había de reseñable en aquella edificación era que era más antigua que lo que le rodeaba, ni siquiera me paré a tomar una foto-guiri. Decidí que sería mejor seguir andando hacia el ayuntamiento, a ver qué me encontraba.

Esto si fue una grata sorpresa. Acostumbrada a las calles gigantes de Berlín, Hamburgo me sorprendió por sus aceras irregularmente adoquinadas, estrechas y edificios de aspecto antiguo, que en la capital solo ves en contadas ocasiones. La plaza del ayuntamiento es imponente, con el enorme edificio lleno de detalles y el canal a un lado. Esto de los canales se repite por toda la metrópoli, dándole un aire de lo más distinguido, recordándome a una Viena norteña.

Seguí caminando, ciudad adentro y fui encontrándome con distintas iglesias, miles de tiendas, cafeterías, restaurantes... La verdad, todo era muy señorial, demasiado para mi en algunos momentos, pues me encanta el rollo de ciudad del siglo XIX (por poner una fecha), pero tanta tienda de moda, tanta marca adinerada y demás, me cansa.
Pero Hamburgo es una ciudad de contrastes querid@s. Andando y andando, llegué a la zona del puerto y eso no tenía que ver con el paraíso burgués de antes, esto era lo que yo quería ver.

El puerto es una cosa impresionante, parece que da directamente al mar y resulta que la desembocadura está a unos 100km de distancia, pero las dimensiones del río Elba son algo que te deja con la boca abierta, al menos para mi. Había una gran cantidad de barcos y turistas que, como yo, aprovechaban el día soleado para sacar una y mil fotos. Pequeños comercios con souvenirs, menús del día, etc. Y al final, me encontré con St. Pauli, o también conocido como el barrio rojo de allí.

Fui hacia la Reeperbahn, que era la calle que más veces vi repetida en mis búsquedas del día anterior, y me encontré con una avenida que a mi me recordó a la zona 8 de Dublín, solo que esta última sin esa cantidad ingente de negocios de carácter sexual. Si no habéis estado en la capital Irlandesa, paso a describiros rápidamente lo que vi:
Imaginaos un anuncio de teletienda porno, pero un anuncio de los cutres, rollo el "pajillator" y así. Ahora, coged ese anuncio y transformarlo en una avenida. Ahí tenéis la Reeperbahn.
Pero tenía su gracia, desde mi opinión si coges una cantidad increíble de cosas cutres y las juntas todas en un espacio reducido como puede ser esta calle, deja de ser una cosa horrible, para tener un "yo qué se, que qué se yo". Y ahí comí, en un turco que se ocultaba entre una sala de streep tease y un puticlub, justo en frente de una tienda de ropa para travestis, ¿no es todo esto maravilloso? 
Mas Sankt Pauili es más que sexo, drogas y rock and roll. Como barrio alternativo no faltan las fachadas multicolor, las esculturas callejeras y todas esas cosas que tanto nos encantan. Me quedé con las ganas de ver todos esos carteles de neón en funcionamiento, ya que una noche de fiesta por allí, debe de ser de lo más interesante. Pero ese no iba a ser el día, así que volví a recorrerme el puerto por donde había venido para ir al Speicherstadt, traducido a nuestro idioma "ciudad de almacenes".
Esta zona de Hambugo se trata, ni más ni menos, que del barrio de almacenes con pilotes de madera más grande (y si no me creéis mirad Wikipedia, igual que he hecho yo). ¿Qué es un "barrio de almacenes con pilotes de madera"? No tengo ni idea, pero os cuento lo que vi yo: 
Bloques y bloques de edificios de ladrillo rojo que se alzan imponentes, cortados por el río Elba aquí y allá, regalándonos lugares de lo más fotogénicos. Merece muy mucho la pena esperar a la puesta de sol y ver como todo se torna de ese color tan romántico, que en un espacio tan industrial, nos deja una estampa de lo más especial.

A mi, personalmente, me encantó. Era como meterse de lleno en una película de gangsters, que tienen sus sedes en alguno de sus edificios de la zona. O como si Batman fuese a salir de alguna de las ventanas mientras persigue al malo malísimo, que se dedica a traficar en esta mini ciudad. No quiero decir que de la sensación de ser un lugar inseguro, ni mucho menos, simplemente me recordó a esos muelles de las películas.

Una vez se puso el sol, como diría Eddard Stark, llegó el invierno. Abandonada por el gran astro que me proveyó de calor durante todo el día, me vi atacada por ese aire propio de los lugares con mucha agua, ese viento que se te mete hasta los huesos y no hay forma de sacarlo. Así que decidí que era hora de un buen chocolate caliente y una parada para descansar, pues valiente de mi, me propuse no coger ningún tipo de transporte para poder ver todo a mi ritmo, lo cual supuso una caminata impresionante.

Me costó encontrar una cafetería lo que no os podéis imaginar, no se si es que se escondían de mi o es que yo elegí las calles exactas en las que nadie quería montar un negocio. Por suerte, cerca del ayuntamiento me encontré de bruces con un Balzac Coffee de estos que tanto abundan por estas tierras, que son una especie de Starbucks, pero aun precio más módico. Pasé bastante más rato de lo que duró mi taza de chocolate allí sentada, mirando por la cristalera pensando en las tres horas que me quedaban por delante y el frío polar que hacía ahí fuera.
Al final, por pura vergüenza, salí del establecimiento y volví a la plaza del ayuntamiento, a la que volví a sacar más fotos, está vez de noche. Paseé un rato por la orilla del río, donde me encontré con la imagen que os he dejado al comienzo del post y, ya sin saber qué hacer, decidí ir en busca de la estación de autobuses.

Aquí os vais a reir, pero así como al principio os he dicho que nada más bajar del autobús dejé de ser consciente de mi localización, no os he contado que tardé como una hora en llegar al ayuntamiento. Pues bien, resulta que a la vuelta, casualidades de la vida, descubrí que si subía una calle considerablemente visible, vamos una de las que sabes que es una calle principal, me topaba directamente con la estación. Con esto, me quedaban dos horas por delante, un tiempo de perros y ni idea de qué hacer, así que metí en un Mcdonalds, para recuperar las calorías del día y así. Ahí estuve haciendo tiempo, hasta que la muchacha que se dedicaba a recoger las mesas empezó a mirarme con cara de pocos amigos y supuse que el hecho de que me hubiese terminado la última patata hacía un buen rato, la impacientaba.

Me levanté y fui al hall de espera de la estación. Allí estábamos todos los desamparados muertos de frío, esperando que la pantalla gigante de la entrada mostrase la señal de que nuestros respectivos autobuses estaban dispuestos a acogernos en sus cómodos y calentitos asientos. Pasé un rato allí sentada, mientras veía como la batería de mi móvil moría y yo apuraba para decir a mis padres que no se preocupasen si no daba señales de vida en unas horas. 
Por fin llegó la hora, mi autobús había llegado y yo me levanté rauda como una centella para ser la primera que montase en él y volver a la capital, con un gran día a la espalda.

PD: a pesar de acabar de lleno en mi modo turista aleatorio, vi absolutamente todos los lugares de la lista, y otros más que me regaló en no tener ni idea de por dónde iba.To be continued...

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Capítulo 17: Declaración de guerra

Berlín, viernes 21:00, una joven aupair charla tranquilamente por Skype con su madre, ambas ajenas a lo que está a punto de suceder...

Era una noche tranquila, en un vecindario tranquilo, en el que a partir de cierta hora no hay ruidos más allá del S-Bahn o el autobús, que pasan cada cierto tiempo. A pesar de que el sol ya se había ido hacía unas horas, no era una velada especialmente oscura, había estado nevando durante el día, por lo que todo alrededor tenía ese color tan característico, que hace que nunca sea lo totalmente noche.
Madre e hija se encontraban en medio de una banal y entretenida charla sobre algún tema del tipo:

- Aquí hace frío.
- Aquí también, dicen que viene una "criogénesis explosiva" de esas.
- Será ciclogénesis, criogénesis es lo de Walt Disney y Fry...
- Ah pues eso, ciclogénesis. El caso es que está todo España en alerta por vientos, lluvias y demás.
- Qué bien...

Pasaban el rato, alegremente, sin saber que pronto ocurriría algo cambiaría totalmente el rumbo de los acontecimientos: comenzaría una guerra. Casualidades de la vida, conseguimos que la protagonista de la historia nos contase, en primera persona, qué sucedió aquella noche y cómo es su vida desde ese momento.

"Yo no esperaba para nada que, de pronto, de estar tranquilamente tumbada en mi cama, me viese inmersa en un conflicto bélico de tal magnitud. Yo no quería nada de eso, nunca hubiese pensado que me habría visto obligada a hacer todas las cosas que hice... Pero, ya sabes, es el instinto de supervivencia, hay que hacer lo que sea necesario para seguir con vida, aunque sea matar..."

Antes de seguir, debemos dejar constancia de que los hechos que se relatarán a continuación pueden resultar especialmente duros para las personas más sensibles. Entendemos que si te consideras lo que popularmente se conoce como un(a) moñas, esta lectura no es apropiada para ti y te recomendamos, encarecidamente, que dejes de leer esto y pases a algo más de tu estilo como "Perdona si te llamo amor" o "La Bella y la Bestia". Dicho, esto prosigamos con tan doloroso testimonio.

"Como he dicho, estaba haciendo un skype con mi madre, en mi habitación. Solemos hacer varios a la semana, por lo que la conversación no era nada excepcional, se trataba más bien de la típica puesta al día cuando llegas a casa tras una jornada de trabajo o algo así. El caso es que entre risa y risa, noté una especie de presencia en el dormitorio, algo que había entrado por la ventana que tenía entreabierta. Os preguntaréis qué hacía con la ventana abierta en pleno enero, en la capital alemana. La verdad es que mi estancia es considerablemente pequeña, por lo que cada cierto tiempo necesita airearse si no quiero que se concentre una cantidad de ambiente humanoide, más propio de una discoteca a las cinco de la madrugada. Pero volvamos a lo que nos ocupa.
Al principio no supe bien qué era, solo vi una sombra pequeña proyectada en la pared, pero enseguida me di cuenta de la cruda realidad a la que estaba a punto de enfrentarme: Una polilla. A día de hoy no entiendo cómo ni por qué, en esta época del año, una polilla se coló en mi habitación. No creo que haya muchos seres inmundos como este revoloteando por las calles de la capital alemana con sus temperaturas de bajo cero, incluso es posible que se tratase de la única polilla viva de la metrópoli, pero ahí estaba ella, amenazante. Tampoco se qué clase de destino macabro creyó conveniente mandar a aquel bicho hasta mi casa, concretamente hasta mi ventana.
Nos miramos durante unos segundos y supe que aquel encuentro fortuito solo podría tener un final: únicamente una de las dos vería el sol la mañana siguiente (o la nube que estaría en lugar de este). Muy despacio, fue apartando el portátil (pues había que proteger las cosas de valor) mientras informaba a mi madre de lo que estaba a punto de ocurrir.
- Acaba de entrar una polilla, pero tranquila, voy a acabar con ella. Se que puedo hacerlo, toda mi vida he estado esperando este momento. Me criasteis para ser la elegida, todos sabíamos que tarde o temprano tendría que enfrentarme algo así."

Por suerte, también hemos podido hablar con la madre, que nos ha dejado estas palabras: Yo quiero mucho a mi hija, pero en ese momento creí que se le había pinzado alguna neurona. La teníais que haber visto: cómo se subía encima del colchón mientras repetía una y otra vez el asco que le daba aquel insecto. Le dije que le diese con algo, no hacía ni caso, parecía que iba a librar una especie de batalla campal con la pobre polilla.

"Tras unos segundos barajando las distintas opciones, me decidí por usar como arma un cojín en forma de balón de baloncesto que tenía cerca. Así que, una vez equipada, me acerqué lo máximo posible a mi enemigo, que se encontraba en un lugar de lo más estratégico: en la esquina de la habitación, justo al lado de una estantería plagada de cosas que gritaban 'vas a tirar el balón y nos vas a dar a todas'. Pero sabía que tenía que hacerlo, así que, haciendo uso de todos los años como jugadora de baloncesto, lancé el cojín con la absoluta convicción de que acertaría y aquella horrible pesadilla sería cosa del pasado.
Por supuesto, no fue así. Tiré el oso de peluche, el abrigo que colgaba del perchero de al lado y un trenecito de madera que, al caer, decidió que su vida como locomotora había terminado y ahora quería ser astillas... Mas mi adversaria seguía impasible en su esquina, como ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, como si el bombardeo no fuese con ella. Pero no me di por vencida, volví a coger la pelota y esta vez si le di, le di de lleno, si hubiésemos estado jugando al mata pollo ¡esta se hubiese convertido en tortilla!
Con la alegría que os podéis imaginar, avisé a mi madre de que la batalla había acabado y que, como prometí, yo estaba sana y salva. Pero soy una buena contrincante y decidí acercarme para rescatar su cuerpo inerte y darle un merecido funeral incinerando su cuerpo en un altar hecho con ramas en mitad de un lago, o tirándola por la taza del váter, ya se vería. Cual fue mi sorpresa cuando, al llegar al lugar de la matanza, no encontré cadáver alguno,ni el más mínimo rastro de un cuerpo moribundo o alguna señal de que ahí había estado Ella. Mi tensión fue in crescendo, no podía entender cómo había sobrevivido y, si lo había hecho, dónde se había metido.
Revolví toda la habitación, buscándola en cada uno de los cuatro rincones que la conforman, pero nada, no encontré nada."

En este momento, nuestra protagonista se vino a bajo, y no pudo continuar con los hechos. Todo lo que podemos deciros es que, a día de hoy, la polilla no ha vuelto a aparecer y nuestra amiga aupair, vive con cierta tensión, esperando que algún día Ella o alguno de sus compadres, vuelvan clamando venganza y tenga que enfrentarse de nuevo a uno de sus mayores enemigos.
Esperamos que este testimonio os haya acercado un poco más a una realidad en la que viven muchos de nuestros amig@s y conocid@s. El sufrimiento diario tras una guerra, las secuelas de esta y, sobre todo, la incertidumbre de si alguna vez volverá a ocurrir y si, en ese caso, tendrán en su poder un cojín con el que defenderse.To be continued...

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Y de repente tú

Hace unos días empecé un libro, "Designing for emotion" o haciendo una traducción más o menos aceptable "Diseñando para las emociones". Resulta que aquí una servidora es una curiosa, amante, friki o llámalo como quieras, del diseño web y, como creo que deja bastante claro el título, esta pequeña obra nos habla de cómo hacer que nuestras creaciones dejen de ser unos sitios estáticos y meramente funcionales para convertirse en algo más humano, que haga que la relación persona-ordenador intente asemejarse lo máximo posible a una relación persona-persona.

Pero no vengo a daros una chapa sobre los principios de los que habla el autor, que supongo que no habrá muchos interesados en el tema (aunque de ser así, ahí tenéis una lectura bastante interesante), vengo a hablar de un extracto que rescaté de una de sus páginas. Aquí os dejo una traducción que he intentando sea lo más literal posible:

"Me gustaría que parases por un momento y rememoraras con quién has tenido, recientemente, una conexión real. A lo mejor os conocisteis mientras paseabas, durante un evento, o quizás os presentó un amig@, y la consiguiente conversación fue atractiva, interesante, puede que incluso divertida. ¿Qué tenía aquella persona que hizo que la conversación fuese tan estimulante? Probablemente teníais intereses en común sobre los que discutir, pero no fue aquello lo que hizo de aquel encuentro algo memorable ¿verdad? Fue su personalidad lo que te condujo a él/ella, lo que guió la charla y te dejó con una sensación de excitación. Vuestras personalidades se fundieron en chistes compartidos, tono de voz, y la cadencia de la conversación. Esto hizo que bajaras la guardia y te hizo confiar en esta persona. Las personalidades fomentan la amistad y sirven como plataforma para las conexiones emocionales."

De todo esto, quiero quedarme con el concepto de "conexión real". Y pregunto ¿alguna vez has sentido este tipo de "feeling"?  No hablo de amor a primera vista ni nada de eso, no me refiero a una atracción romántica o sexual, sino al hecho de conocer a alguien con quien, de repente, hay un click, un fogonazo, una sensación de compenetración total.
Personalmente, solo recuerdo haberme sentido así una vez, pero me hubiese encantado coger esa emoción y guardarla en una cajita para poder volver a tenerla conmigo cuando quisiese. En mi caso nos presentaron y, a los pocos minutos, nos encontrábamos hablando y riendo como si nos conociésemos de toda la vida. No es que nos estuviésemos contando nuestros secretos más íntimos, de hecho era una conversación considerablemente banal, tonta y probablemente aburrida si no eras una de las dos. Pero, en efecto, no era el tema de conversación lo que hizo que me sintiese tan cómoda. Era como si fuésemos dos piezas de puzzle que encajan a la perfección, pero el dibujo que forman no tiene sentido, y ni siquiera importa.
Pasaron unos cuantos días y esta conexión siguió imperturbable, después cada una siguió su camino. Pero no es algo triste, ni melancólico, ni nada por el estilo; no se puede decir que eche de menos a aquella persona, pues nos conocimos durante a penas unos días, mas me hubiese encantado poder llevarme conmigo ese sentimiento de seguridad, de confianza, de entendimiento...

Desde ese momento, hay una pregunta que ronda mi cabeza cuando pienso en el tema: ¿cuáles son las posibilidades de encontrarte, en tu vida, con alguien con quien conectes de esta manera? ¿De tener una conexión real, desde el momento cero, con otro otra persona? A lo mejor yo tuve una suerte increíble, o a lo mejor estas cosas solo ocurren una vez durante nuestra existencia, o puede que el mundo esté plagado de individu@s que aguardan (ell@s también sin saberlo) a juntarse con nosotr@s...
Supongo que es esta incertidumbre, el desconocimiento total de saber si alguna vez podré volver a abrir esa cajita, es lo que hace que guarde este recuerdo con tanto ahínco y que, al menos para mi, sea algo tan especial.

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