Capítulo 19: Cuatro meses a su lado

Hace casi unos cuatro meses que llegué a Berlín. Cuatro meses en los que he estado compartiendo habitación con ella. Cuatro meses acostándonos y levantándonos juntas. Cuatro meses de domingos con película, chucherías y manta. Cuatro meses en los que me ha aguantado en mis mejores y mis peores días; en esos en los que era todo sonrisas y gracias, y en los que no había quien me dirigiese la palabra. Durante todo este tiempo, siempre ha estado conmigo.

No es una compañera muy habladora. Siempre está en la habitación, da igual el día o la hora, nunca la encontrarás en otra parte. Pasa las veinticuatro horas absorta en sus pensamientos, en un mundo paralelo de alguno de los pertenecientes al multiverso de Punset. Nunca sabes si está dormida o despierta, si te escucha o no; pero es mi compañera y, según el código no escrito de l@s compañer@s de habitación, es mi deber el preocuparme por su bienestar físico y mental (aunque no tenga ni la más remota idea de si en su cabeza hay algo más que un mono tocando los platillos).

La verdad, es que con el paso del tiempo, le he ido cogiendo cierto apego. No puedo decir que haya llegado a quererle, pero ya sabéis eso que dicen "el roce hace el cariño". Mas, al mismo tiempo que ella se ha ido ganando un hueco mi cajón de seres allegados, he visto como poco a poco se iba deteriorando y, por mucho empeño que he puesto en que siga adelante y vuelva a estar como aquel día de noviembre en el que nos vimos por primera vez, no he logrado que salga de ese bache. 
No se qué es lo que le pasa; he intentado hablar con ella, pero como siempre, no he obtenido respuesta alguna. Intento animarla leyéndole, trayéndole algo para beber... Pero nada, cada día que pasa está más decaída, hasta el punto que temo que ya no pueda hacer nada. He buscado en Internet, pero ni siquiera Google tiene respuesta; he llegado a plantearme usar Bing, pero me salió un sarpullido solo con que la idea pasase por mi mente.

El otro día hablaba con mis padres por Skype y les contaba la situación, aun con ella al lado mía (total, sabía que no diría nada).

- Ya no se qué hacer, qué darle o qué decirle. No lo entiendo, ¿Acaso soy yo? Miradla, casi ni se sostiene.
- Si, tiene mala pinta. ¿Bebe suficiente agua? O a lo mejor es demasiada, puede que sea la calefacción o... Ni idea, no somos ningunos expertos...
- He pensado en decirle a la familia que la saquen de aquí, que no puedo hacerme cargo de ella...
- A lo mejor la madre sabe qué hacer.

Han pasado unos días desde aquella conversación y no he comentado nada. Me da incluso vergüenza, ¿quién confiaría sus hijos a alguien que no es capaz de mantener una planta con vida? No parece una planta delicada; de estas a las que hay que cantar por la mañanas y regar con cuenta gotas y agua del manantial de las montañas nevadas de Vete-Tu-A-Saber-Dónde, pero la maldita se niega a regenerarse, su color cada vez es menos verde y más marrón muerte. Y juro que lo he intentado todo: regarla más, regarla menos, la he movido por la habitación probando distintos ángulos de luz... ¡He llegado a hablarle! Pero parece que odia mi presencia, se niega a sacar una mísera hoja verde y sana, debo tener un aura horrible que ahuyenta cualquier posibilidad de una recuperación botánica.

En cualquier caso, siempre queda una chispa de esperanza, quién sabe si algún día me levantaré y de pronto me veré sorprendida por una vigorosa y feliz planta, que me da los buenos días, dando ejemplo de lo que significa verde esperanza. To be continued...

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5 comentarios:

  1. Eso con una de plástico no pasa ;P

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  2. La solucion no es el plastico sino informacion,interes y cariño.
    Estas segura de tener suficiente cantidad de estas cosas?

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    Respuestas
    1. Carezco, casi en su totalidad, de la primera de ellas.

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    2. Prueba a plantar un quejigo seguro que no se muere.

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