Capítulo 6: Eficientemente ineficaz

Dicen que los navarros somos cabezotas, que si se nos mete algo entre ceja y ceja puedes darte por acabado. Dicen, que si creemos que tenemos la razón, no hay forma de hacernos cambiar de opinión y seríamos capaces de moldear los polos de la Tierra solo para que nadie nos contradiga el hecho de que es redonda. Bueno, no seré yo quien lo desmienta, pero si añadiré que esta fama (puede que ganada) no es solo propia de está región y debería ser ampliada a pueblos más norteños, véase Alemania. La diferencia entre Sanfermineros y Oktoberfestianos radica en que ellos saben venderse y nosotros no.

Si intentas convencer a un Navarro de que el método que emplea no es el más apropiado, probablemente te responda "anda muete, ¿sabrás tú más que yo o qué?" o "no me toques las narices, que te suelto una chapada". En cambio, si tratas de hacer esto mismo con un alemán, te hablará de la importancia de la eficiencia; te dirá que el procedimiento no se lo ha sacado de la manga, sino que busca obtener el máximo y mejor rendimiento utilizando el menor número de recursos posibles. Y claro, con esta serie de argumentos, parece que su razón no necesita tocar ningún polo para ser irrefutable y nos dejan a los primeros de catetos testarudos.
En esencia se trata de lo mismo, ambos encerrados en sus respectivas mentalidades. Pero nosotros ampliando el radio al resto del páis, pobres víctimas de la prima de riesgo, la inflación, el desempleo y todos estos términos que hoy en día nos son más familiares que un salario mensual, no hacemos otra cosa que agachar la cabeza ante el superior raciocinio alemán y su mejor educación, menor tasa de paro, mejor nivel de inglés, etc. Porque por algo ellos son una potencia económica y nosotros una economía a potenciar.

Quiero aclarar, que a pesar de que saque a relucir el tema económico, no quiero hacer referencia al conjunto del país como una entidad única, hablo de cada uno de los individuos que lo conformamos. Es un gobierno lamentable tras otro lo que nos ha llevado a estar donde estamos y, aunque también se que están ahí porque "nosotros" hemos querido, no concibo que se nos pueda achacar el "haber vivido por encima de nuestras posibilidades". Nuestra situación ahora es lamentable y la gestión de esta aún más si cabe, pero creo que como ciudadanos particulares, no tenemos motivo alguno por el que bajar la cabeza ante nadie, por muy grandes que sean los números rojos de nuestro estado.

Todo esto viene a partir de que hace algunas noches, la señora de la familia, tuvo un par de quejas: la primera fue que no entendía por qué los platos, tras haber estado en el lavavajillas, salían aún con restos de comida. La segunda, que no hacía falta que los aclarase antes de meterlos en la máquina. Ante esta última, como comprenderéis, intenté hacerle ver que era la causa de la anterior, a lo que me vino con lo ya nombrado:
No tiene sentido tener un lavavajillas, si tenemos que aclarar los platos antes de ponerlos en él. No sería eficiente.

Así que continuó con la tarea de inspeccionar cada objeto que sacaba de la máquina escupe agua y jurando en arameo cuando veía un fideo de la noche anterior. Yo por mi parte sigo en mis trece y aclaro los platos si el ojo de Sauron no está encima; será porque soy de Navarra.
To be continued...


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Se un Linterna Verde

Protegiendo la infinidad del universo, existe un escuadrón conocido como Los Linterna Verde. Durante millones de años, esta hermandad ha sido la encargada de defender la paz y la justicia en este nuestro hogar. Su poder proviene de los anillos que poseen, con los que controlan el mundo físico y crean objetos sólidos.Para ser capaz de dar uso a tan poderosa arma, el propietario del anillo tiene que valerse de su Voluntad.

Esta, es la aptitud que tenemos para superar obstáculos o dificultades, o para cumplir con nuestras obligaciones. El problema es que la especie humana tiene tendencia al acomode, es algo inherente a nosotros: todo en la naturaleza tiende al menor gasto de energía. Llevamos un Homer Simpson en nuestro interior, que hace que nuestra voluntad se vea eclipsada por el mullidito del sofá, ¿o no?

Hal Jordan, fue el primer ser humano en ser elegido para formar parte de Los Linterna Verde, tuvo que tomar una determinación crucial que, sin duda alguna, cambiaría el rumbo de su existencia. Decidió unirse a ellos, a pesar de que nunca antes se había creído posible que un individuo de nuestra clase pudiese llegar a tener la fuerza de Voluntad para que sus creaciones fuesen lo suficientemente potentes. Mas no solo llegó a dominar el anillo, sino que logró vencer a sus temores y con ello, salvar al universo de un mal inconmensurable.

En la vida, nos encontramos en una situaciones en las que, para alcanzar nuestros objetivos, debemos poner un punto y a parte. Esto puede resultar más complejo de lo que parece a simple vista, pues pasar de página y enfrentarte al abismo de una hoja en blanco no es tarea fácil. Se necesita una gran fuerza de voluntad y valentía para afrontar lo desconocido y avanzar hacia nuestras metas, porque nadie ha escrito nunca lo que nos queda por vivir y mucho menos, cómo vivirlo. Somos nosotros los dueños y señores de nuestra historia y, como en todo buen libro, hay que saber cuándo terminar un capítulo y dar comienzo al siguiente.

Puede que la holgazanería corra por nuestra venas junto a glóbulos rojos y plaquetas, pero también somos poseedores de la aptitud para hacer de nuestra biografía algo grandioso: hagamos que nuestra voluntad gane a cualquier principio termodinámico. seamos un Linterna Verde.

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Capítulo 5: Fauna Australiana

¿Sabíais que Australia es la isla más extensa del mundo? La única isla que es un continente y que, a su vez, es también un país, el sexto más grande para ser exactos. En ella habitan 20 de las serpientes más mortíferas del planeta y la medusa más peligrosa; tienen 1500 especies de arañas, 40 millones de canguros y, atención, 100 millones de ovejas. El 44%, es decir, más de un tercio, son zonas desérticas o semiáridas. Estas áreas se encuentra sobre todo en el interior del continente-isla-país y son conocidas como outback.
El outback es el enorme y abrasador centro de Australia, donde podemos encontrar muchas de las criaturas mortíferas citadas con anterioridad. Da la sensación de que salir de allí ileso es toda una hazaña. Pero no todo lo que habita en este lugar es un asesino en potencia, también existen animalitos inofensivos como mis amigos los dragones barbudos. ¿Por qué mis amigos? Pues bien, resulta que, además de convivir entre arañas y serpientes letales en uno de los sitios más duros del planeta, también lo hacen con nosotros en mi casa.

Pareja de lagartos barbudos (por si había dudas)
Me gustaría aclarar, antes de seguir con mi historia que, ante todo, creo que no deberían estar cautivos en el terrario de un chalet. Que su hábitat no es la húmeda y fría Alemania. Y esto lo hago extensible a toda esta moda de "tengamos una mascota exótica"; a todos los que decidís meter en vuestra casa a una boa constrictor, una tarántula o cualquier bicho de este tipo.

El caso es que, este o no esté de acuerdo, ahí están, en el salón de mi actual morada. Son dos, no me preguntéis los nombres porque no tengo ni idea (algo largo en alemán). Tampoco se si son macho o hembra. Solo conozco su alimentación (lechuga y las hojas de las plantas de los dientes de león) y que tienen una constante e imperturbable cara de enfado. Por esta última razón, no me dan ninguna confianza.Me gustan los animales, pero con los reptiles no tengo una relación muy amistosa. Además, todas las mañanas me toca abrir el terrario para darles de comer. Tampoco es nada arriesgado, lo se, solo dejo las hojas troceadas, ellos ni se acercan y vuelvo a cerrar. Siempre tengo mucho cuidado para no dejar un hueco abierto, pero se ve que no todo el mundo lo tiene.

Hace unos días, se me planteó una tarde de viernes de lo más tranquila. Los dos niños tenían fútbol y se fueron hacia las 15:30 . Por su parte, la niña, había quedado con una amiga para hacer los deberes en casa y luego ir a tomar un helado. Todo era maravilloso, tranquilo, perfecto... Hasta que tuve la genial idea de volver a dar de comer a los protagonistas de nuestro relato.
Cuál fue mi sorpresa que, al llegar yo como buena samaritana con mi dosis de alimentos, me encontré la mampara abierta (no de par en par, pero si lo suficiente como para que un bicho de esos saliese sin mayor dificultad). Con cara de estupor y temiendo lo peor, dediqué unos minutos a observar el interior del terrario para comprobar que, como intuí, ahí no había lagarto alguno.
¿Qué hice? Correr escaleras abajo, encerrarme en mi habitación y rezar para que no hubiesen entrado en ella. Cuando hube mirado en cada rincón, empecé a evaluar la situación:

  1. No había nadie más en casa, nadie a quién pedir ayuda.
  2. Son tres pisos de vivienda, con muchos recovecos. Estos animales pueden trepar, cómo narices los iba a encontrar.
  3. Si por un casual daba con ellos, ¿qué iba a hacer?. Ni en broma los iba a coger, ¿hábeis visto como hinchan sus "barbas" cuando les da por ponerse agresivos? No me agradaba la idea, en absoluto.
  4. Daba la casualidad de que estaba chateanto con un amigo y él me dijo (a tono de broma entre otras muchas grandes ideas) que los buscase y, si los encontraba, les tirase una manta o algo encima. Está fue la que me pareció la mejor solución.


Marché escaleras arriba, cerré todas las puertas del salón a cal y canto y, como una Frank de la Jungla bastante torpe,empecé mi búsqueda. No sabía si estarían ahí o no, pero por algún lado tenía que comenzar. Miré por la zona del terrario, las cajitas con insectos, la mesa del comedor, bajo el armario... pero nada, como ya suponía no iban a estar saludándome, pidiendo que los volviese a encerrar ¿o si?
Por increíble que parezca, a pesar de tener tres plantas en las que esconderse y no ser encontrados durante bastante tiempo, estos adorables reptiles decidieron que el mejor sitio donde podían "ocultarse" era el sofá. Si señor, mirándome con cara de pocos amigos para variar. Así que siguiendo el consejo de mi colega y como si fuese Harry Potter con su capa de invisibilidad, les tiré una toalla encima. Se ve que esto les confundió y yo, armándome de valor, con mis propias manos los devolví a su zona de confort.
Cuando pasó un rato y mis niveles de adrenalina empezaron a ser normales, recordé cierto detalle que había pasado por alto:  Yo no me explicaba cómo podía haberse quedado la puerta abierta, hasta que me vino a la cabeza que, antes de irse, la niña y su amiga habían estado jugando cerca de los dos fugitivos. Así que lo vi claro, entre risa y risa, el cristal que me separaba de mis enemigos se había quedado sin cerrar haciendo que mi tarde tranquila y sosegada se convirtiese en una versión exótica del escondite.

Desde ese día, tengo la paranoia de que, después de su pequeña aventura, van a ser capaces de abrir la mampara con una de sus garras, así que con una exactitud que ni un neurocirujano experto, cierro la puertecita sin dejar un solo resquicio de libertad. Espero que mi obsesión no les deje sin oxígeno. To be continued...


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Capítulo 4: A falta de pan, buenas son salchichas

No se cuál fue el origen de la cultura gastronómica. Yo lo imagino algo así como dos trogloditas discutiendo sobre cómo hacer el mamut: con bayas o sin ellas. A partir de ahí se creó un cisma irreparable y empezó una competición creativa para ganarse el paladar de la tribu... O a lo mejor fue algo menos novelesco y más darwiniano y evolutivo, como cuando los seres acuáticos decidieron darse un paseo algo largo por la tierra.

Sea lo que fuere, hoy en día nos encontramos ante una variedad infinita de comidas, bebidas, salsas, especias y demás vocablos culinarios. Pero por si esto nos parece poco, dependiendo de la zona del planeta en la que nos hallemos, todos estos elementos se combinan de formas diferentes, para aparecérsenos como lo que conocemos como platos típicos. No voy a dármelas de entendida, no soy ningún Ferrán Adriá, ni el tipo de "Crónicas Carnívoras", pero si tengo cierta experiencia con esto de las "dietas internacionales", más concretamente de la alemana y aun más concretamente de la familia con la que estoy.
Knödel, Klöße o maseta de patata alguna cosa más
Mis hospedadores comen mal. No me refiero a que, como puede pasar por la zona de Reino Unido, la comida eche para atrás solo con olerla a 200 metros de distancia (hasta el momento, ni mi sentido del olfato, ni el del gusto, tienen queja alguna sobre lo que ponen sobre la mesa). Mi descontento tiene que ver con algo denominado dieta saludable. Aunque nunca he sido buena comedora (que le pregunten a mi madre si se ha roto la cabeza para que la niña comiese más o menos sano), en los últimos meses, al fin me he dado cuenta de que comer bien es necesario y tu cuerpo lo agradece. No voy a mentir, sigo siendo una comedora bastante nefasta, pero, como dirían en mi cole, PA (progresa adecuadamente).
El caso es que por mucho que ponga de mi parte, esta familia se niega a darme la palanca con la que moveré el mundo (o la sangre por mis arterias).




Si lo comparamos con la famosa pirámide alimenticia, comprobaremos que faltan unos cuantos peldaños bastante básicos, como la verdura, fruta, pescado y algún otro. Lo cual quiere decir que mi propósito de comer de manera medianamente aceptable ha quedado en el olvido.





Sin irnos muy lejos os cuento la de ayer. Resulta, que con la pulpa o como quiera que se denomine al interior de las calabazas que estuvimos decorando para Halloween (otro día hablaré sobre este tema y las pelis americanas que nos lo pintan tan bonito), hicieron una sopita reconfortante. A mi me pareció extraño que nuestra cena consistiese en un "mísero" caldo, pero como diría Segismundo "La vida es sueño", así que acudí a la llamada de essen.
Normalmente, la imagen a la que estoy acostumbrada es que las personas, cuando comen, sostengan en sus manos los cubiertos. Como mucho puedo pasar el móvil en el caso de los tan comunes adictos al Whatsapp. Pero lo que conocía como normalidad se ha transmutado al pisar las tierras que una vez habitaron los vikingos y esas bandas de "bárbaros" conocidas como pueblos germánicos.

Con la cuchara en  una mano y en la otra lo que llamaré de aquí en adelante el "pan alemán" (también conocido como salchicha), mi familia devoraba con ansia todos los alimentos que componían lo que, de primeras, había pensado que sería una cenita saludable. Así que, siguiendo con Segismundo, "los sueños, sueños son" y como donde fueres haz lo que vieres, ahí estuve, salchicha en mano, pensando en lo bonito que sería llegar un día y encontrar una ensalada.

Indignación educativa: ser o no ser

Estoy indignada y frustrada con la educación, hoy más que otros días quiero decir. Porque claro, es difícil que, viniendo de donde vengo, la olla a presión que es mi paciencia no esté a punto de estallar con temas como cierta reforma, métodos educativos del siglo pasado y otras muchas cosas. Pero hoy no escribo a causa de ninguno de los aspectos citados, estos quedan para otra ocasión, latentes, cocinándose a fuego lento hasta que empiece a silbar.

Estoy indignada porque hay ciertos asuntos a la hora de iniciar una vida universitaria que no entran en mi cabeza. Básicamente, no entiendo por qué no puedo estudiar lo que quiero.
Entiendo que sea necesaria una nota de corte: está claro que si la carrera X tiene 200 plazas y hay 300 aspirantes, la forma más justa para decidir quién merece y quién no estar dentro es teniendo en cuenta los conocimientos de estos que, hasta el momento, se representan con una cifra entre el 1 y el 14.
Lo que no alcanzo a comprender es que, aun estando lo suficientemente cualificada, haya otras cuestiones que entren en juego. Y aquí viene lo que me frustra; porque aunque me enfade, patalee, llore o baile claqué, por ahora no hay solución alguna.
No me explico por qué mis estudios se tienen que ver condicionados por la cantidad de dinero que hay en mi cuenta o la de mis padres. ¿A caso tengo más derecho a estudiar psicología si mis padres tienen un salario millonario que si son dos currantes mileuristas?
Me irrita que en mi ciudad, como quien dice, solo haya cuatro carreras en la universidad pública. Pero, una vez más, entiendo que en todos lados no pueden impartir todo, sigo con los pies en la tierra. Mi frustración reaparece cuando, por pertenecer a la familia que pertenezco, me veo obligada a elegir mi grado de la siguiente forma:  

1. Comprueba qué becas y/o ayudas corresponden con tu situación económica. ¿Has tenido suerte? Si la respuesta es si: enhorabuena, puedes pasar al paso 3. Si es no y el grado que te interesa no se imparte en tu universidad más cercana, lo siento, sigue el orden ordinario.

2. Haz una lista con las carreras que están a tu alcance. Descarta las que odies y quédate con las que menos te desagraden o, si tienes suerte, con las que te gusten.

3. Elige el grado que vas a estudiar.

¿No es ridículo que, si quiero hacer Telecomunicaciones, tengo la capacidad y tengo la nota suficiente, no pueda dedicarme a ello porque mi hucha no suena lo bastante? ¿No carece de sentido que aun teniendo vocación de veterinaria, habiéndome esforzado para alcanzar la calificación necesaria, tenga que estudiar Sociología porque tampoco me disgusta y es lo que me puedo permitir?

Podéis estar o no de acuerdo conmigo, podéis encontraros en mi situación o no, podéis indignaros conmigo o contra mi. Sois libres cual pajarillos para crear vuestra propia opinión al respecto. Solo espero (y podéis llamarme idealista) que algún día, llegue una generación que cambie las cosas y que el mundo no se pierda ningún gran publicista, arquitect@ o historiador(a) solo porque su economía no sea tan grande como la prima de riesgo de nuestro país.

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Capítulo 3: Presentaciones y autobuses desconcertantes

Yo, como animal político según Aristóteles, ser que piensa según Descartes y que ríe según Rabelais, he descubierto mi pilar simbiótico. Bueno, más que descubrirlo, me lo presentaron en una reunión más que premeditada, una especie de "amistad concertada" con la cual estoy más que contenta.
Para no revelar su verdadera identidad (aunque no sea Batman, se merece cierta privacidad) pasaré a referirme a ella como "Srta.Salá". Las razones de este seudónimo, por ahora quedan tras el velo del misterio y quién sabe si algún día saldrán a la luz.

Una vez hechas las presentaciones, vamos a la anécdota de la semana: Como cada domingo, la Srta.Salá y yo, fuimos a Saarlouis city a pasar el día. Esto consiste en comer, beber, despotricar sobre lo que nos ha ido pasando y dar un paseo si se tercia. Puede parecer una tontería, pero solo por ello, ha pasado de ser el día muerto de la semana, en el que estás de resaca y agonizas por la llegada del lunes; a un día precioso, sin obligación alguna, en el que recupero años de vida y descargo todo lo acumulado.
Este en concreto, era un domingo bastante alemán. Así, nublado y poco amigable. Anunciaba que iba a haber lluvia desde que miré por la ventana nada más despertarme. ¡Pero daba igual! Porque los domingos son bonitos. Así que, con nuestro mejor ánimo, marchamos a Saarlouis(4 kilómetros a pie desde mi casa, más o menos).



Todo fue bien, hasta que a eso de las 6:30 de la tarde, como ya venía avisando, empezó a llover al estilo irlandés, que viene siendo agua hasta el punto en el que esperas ver a "Moisés en su arca". Por suerte la cosa amainó al rato, con lo que decidimos aprovechar para ir a la estación de autobuses y volver a casa resguardaditas en uno de los armatostes de metal.

La srta.Salá, que es muy apañada, venía de casa con la lección aprendida y sabía que el bus que teníamos que coger era el 437 y, casualidades de la vida, ahí estaba cuando llegamos a la estación. Viendo que el señor conductor arrancaba motores, nos tocó correr y, siguiendo con la belleza de los domingos, llegamos antes de que marchase para no volver. Pero la vida no es todo color de rosa amigos:

 Traducción alemán-castellano de la conversación de la Srta.Salá con el hombre que iba al volante.Diré que en el cartelito del vehículo ponía, claramente, "por Roden".

-¿Este es el autobús que va a Roden?
-No.
-¿No?
-No, el de Roden pasa en unos diez minutos.
-Ah, vale, gracias.

Y ahí mutó nuestra cara: al igual que con el VHS Zentrum, el autobús que según la pantallita iba hacía Roden NO iba hacia Roden. Así que ¿Cuál sería el que SI nos dejaba en casa?

Una de las cosas interesantes que tiene el salir de casa, es que a veces no sabes volver a esta. En esas situaciones, creo que lo mejor es reírse. La risa es buena, la risa es bonita. En nuestro caso, era ese tipo de risa nerviosa que viene a decir "ya tenemos qué contar hoy, pero por favor que este sea el bus correcto". Con este panorama, nos vimos convertidas en la especie universal de: el turista perdido. Puedes sentir la tensión en sus cuerpos, hueles su miedo y ves la inseguridad en sus caras al no saber en qué parada tienen que bajar (si es que tienen que bajar en una). Visto desde la distancia, es un espécimen gracioso, digno de fotografiar; pero cuando te ves en su piel, dan más ganas de usar el móvil para mirar google maps que para hacerte un "selfie".

Por suerte para nosotras, como ya he dicho en incontables ocasiones: era domingo. Así que el segundo conductor si pasaba por Roden y, con más o menos acierto a la hora de elegir parada, conseguimos llegar a casa y cumplimos nuestro cometido del día como seres sociales, que ríen y piensan.

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La importancia de la arquitectura

Es curioso como en el día a día, algo tan necesario como una barandilla, pasa desapercibida ante nuestros ojos. Ninguno de nosotros se levanta un lunes y cuando toca bajar a la calle piensa "oh barandilla, menos mal que existes". Hasta que llega el martes, en el que te levantas con un esguince en el tobillo, te ves cual pirata "patapalo" ante 45 escalones y dos cosas pasan por tu mente:

1. Voy a hacer una pierna que ni Beyoncé.
2. Por favor, que haya dónde agarrarme.
Solo entonces, cuando tienes la necesidad imperiosa de hacer uso de ella, te percatas de su existencia.

Esto se lo que se llama un cambio de perspectiva: algo que estaba frente a ti todos los días, adquiere un matiz diferente debido a un cambio en tu rutina. En este caso, se trata simplemente de un objeto cotidiano, pero esto ocurre con cosas mucho más complejas; la forma en la que vemos el mundo condiciona cómo nos sentimos en este (positivos, negativos, solos, felices, etc.)

Al viajar, el modo en el que ves lo que te rodea también se ve afectado. Cuando estás lejos de tu casa, de tu gente, empiezas a echar en falta cosas que nunca antes habías pensado que fuesen tan indispensables. Es el caso de los pilares:

Desde la época de los romanos, egipcios, griegos y todos estos colegas, los pilares han sido básicos en la arquitectura. Nadie se imagina la catedral de Notre Dame o el panteón de Agripa sin ellos. Pero cuando salimos de su significado más material y pasamos a hablar de seres humanos, personas que están ahí sosteniendo nuestras vidas, haciendo que nuestro día a día sea más feliz, la cosa cambia.
Quién no ha descuidado una amistad, quién no se ha despreocupado de mantener viva una relación, quién no ha pasado por alto los momento de flaqueza de algún allegado... "Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra".


Pero ¡Ay amigos! ¿Y cuando te ves a mil kilómetros de distancia de ell@s? Cuando tienes un día de perros, en el que necesitas descargar con esa persona y no está ahí. Entonces si somos conscientes de quiénes son y de lo importantes que son para mantenernos en pie. Y los echamos de menos, por muchas veces que, estando juntos, los hayamos echado de más.

Lo bueno, es que en nuestra vida no hay un cupo límite de pilares y, al igual que en la construcción, los hay de muchos tipos: amigos de toda la vida, familia, pareja, etc. Y hay uno, del cual he descubierto su existencia hace poco, que he denominado "pilar simbiótico".
Se trata de esas relaciones que nacen de la necesidad. En un momento, aparece alguien que, al igual que tú, se encuentra de una situación "despilarizada" y, debido a un reglamento no escrito, os convertís en sustentos mutuos. Puede que, en tu vida "normal", nunca hubieseis tenido ningún tipo de vínculo, puede que ni siquiera hubieseis llegado a conoceros; pero en ese momento se convierte en alguien indispensable para ti y pasa a formar parte de tu "esqueleto emocional".

Si tenéis suerte, este se hará un hueco permanente y si no, siguiendo con el tema bíblico, podéis sacaros esa costilla y odiaros hasta el final de los tiempos.

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Capítulo 2: Primer curso de alemán y el giro argumental.

girar.
(Del lat. gyrāre).
6. intr. Desviarse o cambiar con respecto a la dirección inicial.
~ giro argumental
1. m. vuelco abrupto e inesperado en la situación descrita. Estos giros cambian dramáticamente el objetivo de los personajes.

Me encantan los giros argumentales, sobre todo en las películas. Adoro ese momento en el que se te cae la palomita de la boca porque la tenías abierta de par en par. Como la primera vez que vi "Abierto hasta el amanecer" (la del 95, de las otras ya escribiré en otro momento). No quiero "spoilear" a nadie, así que solo diré que el momentazo de Salma Hayek, hizo que repitiese la escena tres veces.

Una vez explicado y cubierto la segunda parte del título, podemos pasar a los hechos que nos ocupan: Mi primera clase de alemán.
Empecemos por el principio, poniéndonos en situación: Mi casa actual está en Saarlouis y el curso al que asisto en Saarbrüken (entiendo que no os suene de nada, dejémoslo en que ambas se encuentran al sur del país y están a unos 25 minutos en tren). Para poder desplazarme, existen dos de opciones:


1. El coche: descartada, no se conducir y me parece temerario lanzarme a las autopistas germanas sin tener ni idea.

2. El tren: fácil, cómodo y relativamente rápido. El único contra es que la estación está a un buen cacho de mi casa, distancia que debo recorrer andando, pero andar es bueno.


Ahora toca informarse de dónde está y cómo llegar a la academia: Sin problema, mi familia me dio toda la información (horarios de salida y llegada del tren, número de autobús que coger, nombre de la calle donde está la academia...). Así que marché, rumbo estación.
Una vez allí, me encontré con que Saarbrüken era más grande de lo que esperaba, con lo cual me entró cierto agobio del estilo "no conozco el sitio, ni el idioma y esto es enorme". Pero bueno, no íbamos a echarnos a atrás tan pronto, así que fui en busca de la parada de autobús.
Sin mayores altercados, llegué a mi "destino final" y para mi sorpresa, nada más bajar vi una puerta muy grande en la que ponía "VHS Zentrum"; alabado sea Morgan Freeman! Ahí tenía que ir según mi papelito.

Entré en el edificio e, imaginaos mi cara, cuando me topé con un salón bastante grande, lleno de mesas muy bien montadas con manteles blancos, un servicio de catering de lo más arreglado y un grupo de señor@s trajeados. Yo, que soy una persona muy perspicaz, me di cuenta de que eso no podía ser lo que yo buscaba y bajo mi cara de "qué hago yo aquí" y mis pintas de lo mismo, me dirigí a uno de los camareros que, por suerte, hablaba inglés. Le pregunté si sabía algo de un curso de alemán que, supuestamente, se impartía allí y se me quedó mirando como si se me hubiese ido la cabeza, pero de forma muy agradable, me llevó a una sala en la que se encontraba una especie de Indina Jones de biblioteca pasado de años. Este segundo sujeto, me dijo que me había confundido de edificio, y me señaló por la ventana el lugar al que debía dirigirme; en el que encontraría un tablón con la información de los distintos cursos del día y las aulas.
Perfecto, fallo mío, el VHS Zentrum no está donde pone "VHS Zentrum", pero no pasa nada, ahí fui.

Me dediqué unos minutos a mirar el panel, sin obtener nada últil; no aparecía ningún curso de alemán para principiantes. Ya con la mosca detrás de la oreja, pregunté a una señora que entraba en ese momento si podía ayudarme, a lo que esta me respondió ignorándome y poniendo cara de enfado (aquí se me cayó un mito sobre las buenas formas de los alemanes). Por suerte, a los pocos segundos, entró una chica que, muy amablemente, empezó a buscar entre folletos, cuadernos y demás, dónde se impartía mi curso.
Llegados a este punto, permitidme que
rescate la segunda parte del título
 
Pasaba el rato y la muchacha no para de repetir "Uhm, really strange", lo cual no me daba mucha seguridad y mi mosca zumbaba cada vez más. Tras estar conmigo alrededor de veinte minutos, revisando todos y cada uno los lugares donde podía encontrar la información, llegamos a la conclusión de que, ese curso que venía buscando, no estaba. Así que volví a la estación, donde vi que el siguiente tren pasaba en dos horas.

Como ya he dicho, me encantan los giros argumentales en el cine. En la vida real, en el momento en el que de repente me vi tirada en Saarbrüken, sin curso, sin saber alemán y con dos horas de fresca noche por delante, pasaron unos segundos en los que me hubiese hecho bicho bola en una esquina de la estación para ver pasar el tiempo.

Pero, una vez más, volví a recolocar mi estómago y me di cuenta de que tenía dos horas para explorar la ciudad. Con lo que me puse a andar, sin un rumbo fijo, a ver que encontraba. Aquí acabó por rematarse el día: al doblar una esquina, me encontré con una "manifa": un grupo de personas, creo yo en su mayoría de origen sirio, protestando contra la guerra (esto lo supongo también, porque aunque no entendiese gran cosa de lo que gritaban, una manifestación a favor de una guerra no la veo clara). Pero aquí no acaba, porque esto tampoco es nada del otro mundo, conforme la columna avanzaba, cada vez había más y más personas (no diré que había miles, ni mucho menos, pero alrededor de unos 100-150 si que daba la impresión) con pancartas, carteles y, aquí viene lo bueno, antorchas.

Así que ahí me vi, en mitad de una manifestación con gente con cara de pocos amigos, gritando en alemán a unos niveles interesantes y fuego de por medio.

Con todo esto, decidí que lo mejor que podía hacer era volver a la estación, comprarme un croissant y esperar a que llegara mi tren. Y eso hice.
Por suerte, los siguientes acontecimientos se desarrollaron con total normalidad. Volví a andar los 2 kilómetros -cuesta arriba- hasta mi casa y le dije a mi querida hospedadora (que me miró con cara de "pero qué haces aquí tan pronto y jadeando como un perro asmático")  que no había curso. Me metí en mi habitación y me dije "mañana será otro día".

Y vaya si lo fue... Empezó con la señora pidiéndome disculpas porque se había equivocado, no era ese día sino el anterior y siguió con To be continued...

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Capítulo 1: sobreviviendo al alemán. Consejos vendo.

Venirme para Alemania cubre dos de mis prioridades:

a) Escapar de mi amado hogar durante un tiempo y oxigenarme.
b) Aprender el maravilloso y útil idioma alemán.

Bien, la primera está cubierta: ya aterricé, ya estoy con la familia, ya estoy respirando otra contaminación diferente, etc.
La segunda es otra historia. Si alguien se ha parado a escuchar a un nativo hablar este bonito idioma (digo un nativo, no un Alemañol que se dedica a poner voz de mosqueado), es posible que comparta conmigo la sensación de "esto no hay quien lo entienda/aprenda".


Este shock tras la primera toma de contacto a mi me duró una semana, día arriba día abajo. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que pasado este tiempo pueda llegar a captar una décima parte de lo que dicen. Pero ya no me entran ganas de llorar y patalear gritando "por el amor de Morgan Freeman, dejad de hablar en arameo" mientras corro 1000km hacia mi casa.
Como prueba de fuego, yo me enfrenté a lo que he denominado "germano-terapia de choque": El segundo fin de semana lo pasé en la jornada de puertas abiertas de la tienda de mis hospedadores. Esto vienen siendo dos días en los que la gente se pasa a comer, echar un ojo y, si conocen a los dueños, preguntarte quién eres, de dónde vienes y terminar con "¿hablas alemán?". Para sobrevivir, a este trago desarrollé un par de tácticas que espero os sirvan si alguna vez os veis en una situación parecida a la mía:

1) Agallas el perro cobarde: aíslate del mundo todo lo que puedas. Intenta pasar lo más inadvertid@ posible, sin parece un gremlin antisocial. En mi caso consistía en numerosas visitas al baño, al jardín y permanecer en una esquina sonriendo como si no tuviese nada que ver con el evento.

Si esto no funciona, como puede ser en algunos casos, y la gente se empeña en comportarse como seres civilizados e intentar entablar una conversación, viene la segunda táctica.

2) Angelito cortito: pongamos un ejemplo. Se acerca una simpática señora amiga de la familia y te pregunta algo así como "die aupair bist du?" a lo que tu entiendes "shamalajskj?". Entras en pánico porque no tienes ni idea de por dónde van los tiros, así que la solución más sencilla es: sonreir, poner cara de no haber roto un plato, negar con la cabeza, encogerte de hombros y decir "sorry, no German. English?" a lo que probablemente seguirá un "nein" por parte de la amable señora, seguido de una sonrisa y su marcha. Con lo que te vuelves a quedar en la posición de "Agallas el perro cobarde" esperando con tensión a que otra voz se dirija a ti.


Si por algún casual, ninguna de estas tácticas resulta últil, siempre tendremos la salida de emergencia: Tirarse al suelo y largarse haciendo la croqueta. El único problema de esta es que la vuelta a casa con tu familia de acogida no está asegurada.

Con todo esto, deberías ser capaz de sobrellevar, de manera más o menos digna, cualquier situación social hasta que pase tu "alemanofobia" inicial.

Volviendo a mi experiencia. Una vez pasado el susto y recordar el segundo motivo que me llevó a marcharme cual Marco (sin mono y en busca de una familia aficionada al curry wurst), me espera un bonito curso para el aprendizaje de la lengua del país "Merkeliano.

Como dirían los pokemon: To be continued...

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Capítulo 0: Claustrofobia rutinaria. Qué es y cómo superarla.

Soy de pueblo, siempre lo he sido, siempre lo seré y que no se me malinterprete, no tengo nada en contra de ello. El problema viene cuando, llegado un momento de tu vida, descubres que el mundo es mucho más que lo que ves en tu día a día.

Esto puede afectarte de diversas formas, ninguna es mejor ni peor, simplemente maneras de encontrar nuestro(s) sitio(s):

Puedes decidir que te da lo mismo, que estás muy a gusto en tu zona de confort y que lo desconocido, mejor verlo en la tele.

También está a quien le gustaría descubrir nuevos rincones, pero sin pasarse, no quiere echar de menos su cama demasiado tiempo.





Y luego hay un sector, con el que me identifico, al cual se le queda pequeño el pueblo, la ciudad de al lado, el país y quién sabe si algún día el mismo mundo.

En este punto, comienza la claustrofobia rutinaria: Te levantas una mañana, miras por la ventana y ves lo mismo de todos los días. Sales a la calle y ahí están, las mismas personas, con la misma rutina, al igual que tú.
Y te das cuenta de que eso no es lo que estabas buscando. Que no quieres estar viendo el mismo paisaje, hablando con la misma gente, haciendo las mismas cosas o respirando el mismo aire el resto de tus años. Así que decides que necesitas un cambio, con lo cual también se te presentan distintas posibilidades:
Irte a estudiar fuera, buscar trabajo en un lugar muy muy lejano, hacer un viaje para re-alinear tus chacras... O en mi caso, irte de aupair a Alemania, país del cual solo sabía que comen salchichas, hace frío, son grandes y gracias se dice "danke".

Y con mi decisión tomada, hice las maletas, cogí un avión y me planté en otro pueblo del sur del país germano para pasar los próximos 10 meses. Porque como ya he dicho, el problema no es ser de pueblo o ciudad, sino enclaustrarte en él.

Y tú,¿ alguna vez te has sentido así?

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