Capítulo 5: Fauna Australiana

¿Sabíais que Australia es la isla más extensa del mundo? La única isla que es un continente y que, a su vez, es también un país, el sexto más grande para ser exactos. En ella habitan 20 de las serpientes más mortíferas del planeta y la medusa más peligrosa; tienen 1500 especies de arañas, 40 millones de canguros y, atención, 100 millones de ovejas. El 44%, es decir, más de un tercio, son zonas desérticas o semiáridas. Estas áreas se encuentra sobre todo en el interior del continente-isla-país y son conocidas como outback.
El outback es el enorme y abrasador centro de Australia, donde podemos encontrar muchas de las criaturas mortíferas citadas con anterioridad. Da la sensación de que salir de allí ileso es toda una hazaña. Pero no todo lo que habita en este lugar es un asesino en potencia, también existen animalitos inofensivos como mis amigos los dragones barbudos. ¿Por qué mis amigos? Pues bien, resulta que, además de convivir entre arañas y serpientes letales en uno de los sitios más duros del planeta, también lo hacen con nosotros en mi casa.

Pareja de lagartos barbudos (por si había dudas)
Me gustaría aclarar, antes de seguir con mi historia que, ante todo, creo que no deberían estar cautivos en el terrario de un chalet. Que su hábitat no es la húmeda y fría Alemania. Y esto lo hago extensible a toda esta moda de "tengamos una mascota exótica"; a todos los que decidís meter en vuestra casa a una boa constrictor, una tarántula o cualquier bicho de este tipo.

El caso es que, este o no esté de acuerdo, ahí están, en el salón de mi actual morada. Son dos, no me preguntéis los nombres porque no tengo ni idea (algo largo en alemán). Tampoco se si son macho o hembra. Solo conozco su alimentación (lechuga y las hojas de las plantas de los dientes de león) y que tienen una constante e imperturbable cara de enfado. Por esta última razón, no me dan ninguna confianza.Me gustan los animales, pero con los reptiles no tengo una relación muy amistosa. Además, todas las mañanas me toca abrir el terrario para darles de comer. Tampoco es nada arriesgado, lo se, solo dejo las hojas troceadas, ellos ni se acercan y vuelvo a cerrar. Siempre tengo mucho cuidado para no dejar un hueco abierto, pero se ve que no todo el mundo lo tiene.

Hace unos días, se me planteó una tarde de viernes de lo más tranquila. Los dos niños tenían fútbol y se fueron hacia las 15:30 . Por su parte, la niña, había quedado con una amiga para hacer los deberes en casa y luego ir a tomar un helado. Todo era maravilloso, tranquilo, perfecto... Hasta que tuve la genial idea de volver a dar de comer a los protagonistas de nuestro relato.
Cuál fue mi sorpresa que, al llegar yo como buena samaritana con mi dosis de alimentos, me encontré la mampara abierta (no de par en par, pero si lo suficiente como para que un bicho de esos saliese sin mayor dificultad). Con cara de estupor y temiendo lo peor, dediqué unos minutos a observar el interior del terrario para comprobar que, como intuí, ahí no había lagarto alguno.
¿Qué hice? Correr escaleras abajo, encerrarme en mi habitación y rezar para que no hubiesen entrado en ella. Cuando hube mirado en cada rincón, empecé a evaluar la situación:

  1. No había nadie más en casa, nadie a quién pedir ayuda.
  2. Son tres pisos de vivienda, con muchos recovecos. Estos animales pueden trepar, cómo narices los iba a encontrar.
  3. Si por un casual daba con ellos, ¿qué iba a hacer?. Ni en broma los iba a coger, ¿hábeis visto como hinchan sus "barbas" cuando les da por ponerse agresivos? No me agradaba la idea, en absoluto.
  4. Daba la casualidad de que estaba chateanto con un amigo y él me dijo (a tono de broma entre otras muchas grandes ideas) que los buscase y, si los encontraba, les tirase una manta o algo encima. Está fue la que me pareció la mejor solución.


Marché escaleras arriba, cerré todas las puertas del salón a cal y canto y, como una Frank de la Jungla bastante torpe,empecé mi búsqueda. No sabía si estarían ahí o no, pero por algún lado tenía que comenzar. Miré por la zona del terrario, las cajitas con insectos, la mesa del comedor, bajo el armario... pero nada, como ya suponía no iban a estar saludándome, pidiendo que los volviese a encerrar ¿o si?
Por increíble que parezca, a pesar de tener tres plantas en las que esconderse y no ser encontrados durante bastante tiempo, estos adorables reptiles decidieron que el mejor sitio donde podían "ocultarse" era el sofá. Si señor, mirándome con cara de pocos amigos para variar. Así que siguiendo el consejo de mi colega y como si fuese Harry Potter con su capa de invisibilidad, les tiré una toalla encima. Se ve que esto les confundió y yo, armándome de valor, con mis propias manos los devolví a su zona de confort.
Cuando pasó un rato y mis niveles de adrenalina empezaron a ser normales, recordé cierto detalle que había pasado por alto:  Yo no me explicaba cómo podía haberse quedado la puerta abierta, hasta que me vino a la cabeza que, antes de irse, la niña y su amiga habían estado jugando cerca de los dos fugitivos. Así que lo vi claro, entre risa y risa, el cristal que me separaba de mis enemigos se había quedado sin cerrar haciendo que mi tarde tranquila y sosegada se convirtiese en una versión exótica del escondite.

Desde ese día, tengo la paranoia de que, después de su pequeña aventura, van a ser capaces de abrir la mampara con una de sus garras, así que con una exactitud que ni un neurocirujano experto, cierro la puertecita sin dejar un solo resquicio de libertad. Espero que mi obsesión no les deje sin oxígeno. To be continued...


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