Capitulo 7: Rumbo Berlín, las maravillas de viajar en tren

Os invito a un viaje en tren. No me digáis que no, pues en escasas ocasiones se da la oportunidad de atravesar Alemania de sur a norte, de Saarlouis a Berlín, en esta maravilla de transporte. ¿Qué me lleva a hacer este viaje tan repentino? Lo dejaremos para capítulos posteriores, ciertas cosas merecen ser miradas con la perspectiva del paso del tiempo. Pongámonos en marcha.

Son las 9:20 de la mañana en la estación de Roden (Saarlouis Hbf). Un cartel informativo anuncia que el tren con destino Koblenz (donde haré el transbordo para coger el tren hasta Berlín) llegará con cinco minutos de retraso. No pasaría nada si no fuese porque para hacer el cambio tenía seis minutos, con la puntualidad alemana truncada, este margen de tiempo se reduce a un minuto y no, por mucho Linterna Verde que intente ser, aun no he logrado la hipervelocidad, así que solo queda rezar para que se produzca un cambio en el continuo espacio-tiempo que haga que llegue con un margen aceptable (o algo así).


Con este comienzo,mi maletón, mi maletita y yo, ocupamos los tres primeros asientos libres que hemos encontrado. A mi izquierda, un paisaje algo monótono pero no por ello menos digno de observar, se va abriendo camino entre la niebla matutina y puedo ver bosques y más bosques que, con sus hojas color cobrizo, dan a todo un toque de lo más bucólico y romántico, tan propio de la época otoñal. Al mismo tiempo, a mi derecha, el río Saar, que da nombre a la provincia de Saarland, se abre paso y, esporádicamente, en la orilla, aparecen pueblecitos difícilmente diferenciables; todos con sus casas de tejado pronunciado y más arboleda por detrás.

He llegado a Koblenz con cuatro minutos de retraso, así que nada más abrirse las puertas me he convertido en una especie de Flash y con todo el equipaje me he lanzado a la carrera con la esperanza de que los dos minutos de margen fuesen suficientes para montar en el segundo y último tren. Por suerte, es domingo y los domingos son bonitos. Cuando he llegado a andén correspondiente, un bonito cartel de letras amarillas informaba de que el tren llegaría con unos 5 minutos de retraso. Con lo que aquí estamos, rumbo al Norte, ocupando otros tres asientos.
El paisaje va cambiando conforme avanzamos. Las ciudades cada vez son más grandes, más interesantes a primera vista. Los innumerables bosques de hoja caduca han ido dando paso a zonas más abiertas, con grandes explanadas de verde hierba; ha salido el sol y, por contradictorio que parezca, parece que el abrigo es cada vez más necesario.
Nos hemos plantado en las 14:30, hemos pasado por Düsseldorf, Hamm y otros lugares cuyo nombre no me sonaba a nada. Empieza a hacerse un poco largo pero aun queda la mitad del viaje más o menos. Aunque la hora aceptable para comer a nivel europeo ya ha pasado hace un rato, hoy hago honor a mi orígenes y me dispongo a comer. Supongo que si intentase colocar mi menú de hoy en la pirámide alimenticia, este ocuparía un lugar tan en la cumbre, que ni siquiera sería perceptible para el ojo humano; pero era lo mejor que he podido encontrar en la máquina expendedora.



Seguimos pasando el rato y me resulta curioso el efecto de los trenes en la mente humana, o al menos en la mía. El tener que pasarme prácticamente todo el día sentada en uno de sus vagones (con la excepción de alguna visita a un baño más bien poco presentable), no hace sino activar ese mundo de pensamientos que, en nuestro ajetreado día a día, permanece latente en algún lugar del cerebro. Normalmente no tenemos tiempo para reflexionar sobre cualquier nimiedad u observar el paisaje durante horas hasta el punto que una pequeña diferencia en este, resalta ante nuestros ojos como si fuese una obviedad imposible de pasar desapercibida. El tren es un medio de transporte de lo más peculiar sin duda.
A las 16:30 de la tarde, este es el aspecto que presenta el día. Supongo que dentro de un rato será todo oscuridad y mi viaje se verá ligeramente empeorado. Pero no me preocupa en exceso; cuanto más oscuro más cerca estarán las 18:02 y, por consiguiente, más cerca estaré de llegar a Berlín.
Efectivamente, una hora después mi descripción paisajística se ha visto truncada por la falta de luz. Pero no pasa nada, aun puedo hablaros de lo que veo a mi alrededor. Por ejemplo, los felices padre e hijo que acaban de pasar; no contentos con ir con la última moda alemana de llevar al niño(a) con un pañuelo al cuello a modo de San Fermín customizado, este progenitor ha creído que hoy sería un buen día para ir a juego con su churumbel y plantarse él también uno de ositos y tambores. O el señor que acaba de montar en la estación anterior, que con su sombrero a lo cocodrilo Dandy, ha sacado ya tres folletos sobre viajes a Sudáfrica y siguen apareciendo más del interior de su mochila; espero que no saque una cobra o algo exótico y típico de la zona.
Acabamos de pasar Berlín-Spandau, primera parada con el nombre de la metrópoli. Me ha venido el recuerdo de una primera visita bastante fría, repleta de sorpresas en forma de edificios, monumentos y abrigos, muchos abrigos. Pero también el de la segunda, más templada y veraniega, en la que re-descubrí la capital alemana; repleta de personas que inundaban los jardines al menor rayo de sol, zonas de lo más alternativas, zonas en las que se respiraba historia. Una segunda visita en la que decidí que "algún día, viviría en Berlín".

Así que aquí acaba mi crónica de hoy. En unos minutos llegaré a mi estación, donde me espera una nueva aventura que se irá escribiendo. Por lo pronto voy a ir cogiendo las maletas. To be continued...


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