Capítulo 9: 25 Jahre Mauerfall (25 años de la caída del muro)

Viajemos en el tiempo al verano de 1961. Nos encontramos en Berlín, pieza clave de la famosa Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos y la Unión Soviética desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de los años 90. El país está dividido: la parte occidental-capitalista y la oriental-comunista. Centrándonos en la metrópoli, la zona este está marcada por una emigración masiva y esto, como es de imaginar, no gusta a los diligentes.

En junio de este año el Consejo de Estado de la RDA (alemania oriental), Walter Ulbricht, declara que "nadie tiene intención de construir un muro". Dos meses después, nos despertamos un día de agosto y vemos que la policía urbana, de transporte y algún otro individuo, han levantado una serie de barreras e impiden cualquier tipo de tráfico entre las dos partes. ¿Que vas a ver a tu abuela que vive en el sector occidental? Lo siento, hoy no hay comida familiar. ¿Que tu tío se ha puesto enfermo?
Espero que tenga buenos vecinos.
Y así, de repente, en cuestión de días, se levanta un muro de unos 4 metros de alto que separa plazas, calles, amigos, familias... y te preguntas ¿así hasta cuando? Pero no hay respuesta, porque nadie sabe cuándo acabará, si es que acaba.

Pasan los años y el hormigón sigue sin moverse, al igual que los tanques que, amenazantes, se mantienen imperturbables en Check Point Charlie. La desesperación lleva a miles de ciudadanos a intentar atravesar la frontera de la RDA -parte comunista-. En 1988, más de 600 personas habían dejado sus vidas entre los alambres de espino -bien abatidos por los disparos de los guardias fronterizos, bien debido a accidentes o suicidios al haber sido descubiertos-, solo en el muro de Berlín 136 personas dejaron de existir e incontables son las muertes que surgieron de la tristeza y desesperación, de lo que supuso en sus vidas esa monstruosa construcción.
Llegamos a 1989, 28 años después de ese fatídico despertar. El 9 de noviembre de este año, el jefe del partido Comunista Oriental, anuncia la total libertad para viajar a la otra Alemania. Toda la ciudad salta a las calles, la gente se arma con lo primero que tiene a mano para derribar ese conjunto de cemento, hierro y alambre: amigos que vuelven a encontrarse, familias que vuelven a abrazarse y el recuerdo de quienes no llegaron a ver este nuevo amanecer.

Volvemos al presente, exactamente 25 años después de esta noche histórica y ahí estaba yo, cogiendo el U-bahn hasta la Puerta de Brandenburgo para celebrar la caída del Berliner Mauer. Ni siquiera estaba en proceso de existir cuando aconteció tal hecho, pero el viernes (2 días antes del aniversario) cené en casa de una familia berlinesa que vivió aquello que yo había leído en mis libros de historia. Y puedo deciros, es más debo deciros, que viendo la cara de felicidad, la sonrisa de los dos abuelos cuando me hablaban de aquella noche, me bastó para comprender que ese 9 de noviembre de 1989 el color volvió a sus vidas. No puedo decir que entienda qué sintieron cada uno de los habitantes de la actual capital, pues creo que es de esas cosas que nunca llegas a comprender si no las has vivido en primera persona, pero si me hicieron ser partícipe, aunque sea en una milésima parte, de esa alegría que trajo la desaparición del Muro de la vergüenza y gracias a ello, este aniversario lo pude vivir un poquito más.

La celebración fue, dejándonos de parafernalia literaria, una pasada; 8.000 globos iluminados se habían colocado por donde una vez pasó el muro y ese día iban a soltarlos, acompañados de una serie de conciertos con la diosa Victoria y su cuadriga de fondo. No se cuál sería la cifra de personas que inundábamos las calles, pero creo poder asegurar que llegábamos al millón e incluso lo sobrepasábamos. La puerta de Brandenburgo era un hervidero y llegar allí fue apoteósico:
Bajamos en la estación de Friedrich Straße y fuimos andando por Unter den Liden hasta la famosa Pariser Platz. Para nuestra sorpresa, los eficientes alemanes habían vallado la zona y no había forma de llegar al otro lado, pero como andar es sano, dimos una vuelta a la manzana para entrar por un lateral, por la zona del monumento al holocausto y sorpresa: más vallas. Pregunté a un simpático polizei si había forma de llegar a los balloons y me contestó que no. Pero no nos dimos por vencidas, seguimos andando hacia Tiergarten; y otra sorpresa: más vallas y una puerta con una serie de individuos con chaleco naranja que justo en el momento en el que llegábamos anunciaban, con esa forma tan cariñosa de gritar alemana, que "esa puerta estaba cerrada, debíamos dirigirnos a la siguiente entrada". Y ahí fuimos (no se cuánto habíamos andado ni dónde quedaba el maravilloso escenario y los fantásticos globos), y ahí llegamos para oír a otro naranjito decir "cerramos la puerta, por favor, diríjanse a la siguiente".
Llegados a este punto, permitir que destaque lo curioso de la situación y lo irónico que es que el día de la conmemoración de la caída del muro, no hiciésemos más que encontrarnos obstáculos que nos impedían cruzar al otro lado.
Por suerte, la tercera y última entrada aun no había cerrado cuando llegamos (aunque creo lo hizo al poco tiempo) por lo que pudimos adentrarnos en ese mar de gente y puestos de comida antes de que diese comienzo. Empezaron con una serie de conciertos y algún que otro testimonio (no puedo dar detalles de lo qué se dijo, pues no entendí gran cosa). Se siguió con la suelta de globos, que debo decir, fue menos espectacular de lo que esperaba, pero supongo que lo importante era el simbolismo, no el hecho en si. Y terminó con una sesión muy techno de manos de un muchacho cuyo nombre no recuerdo, a pesar de que se me repitió en numerosas ocasiones. A mi este rollo technológico no me va mucho, pero las luces de neón, los focos ultra-potentes y la puerta de Brandenburgo iluminada de fondo, hacen que incluso aquel txunda-txunda tenga su encanto; por no decir que parece ser lo único que hace moverse a los berlineses.
Fue una grata velada, una de esas ocasiones que te alegras de celebrar a pesar de que, como es mi caso, ni siquiera hubiera nacido por aquella época. Y si yo disfruté de cada uno de los minutos, imaginad todas y cada una de aquellas personas que este 9 de noviembre de 2014, revivieron aquel día en el que volvieron a ver a sus seres queridos y quisieron a aquellos que jamás habían visto.

Supongo, que después de haber hablado del pasado y presente, solo nos queda el futuro y todos esos muros (físicos e intangibles) que inundan nuestro mundo, abogar por todos aquellas(os) que luchan por que un día desaparezcan e instar a que todos(as) nos unamos a su causa. To be continued...


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